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La Casa de Misericordia

23 Abril 2014

LA CASA DE MISERICORDIA Juan José Martinena Ruiz Jefe del Archivo Real y General de Navarra En estos últimos años nos hemos venido ocupando, en una serie de artículos que han ido apareciendo en esta revista, de las distintas calles que recorre la Cabalgata de los Reyes Magos en la tarde-noche del 5 de enero, víspera de la fiesta de la Epifanía. Una vez terminado, en el número anterior, el itinerario comprendido entre el portal de Francia, en las murallas del Redín, y la Casa Consistorial, iniciamos hoy la segunda fase o etapa de dicho recorrido por las calles del centro de la ciudad, que da comienzo todos los años a las siete de la tarde junto a la Casa de Misericordia. Del Paseo de Sarasate a la Vuelta del Castillo El 9 de septiembre de 1924, un voraz incendio, sobre cuyo origen circularon toda clase de suposiciones, destruyó en pocas horas el viejo caserón del paseo de Sarasate, antes llamado de Valencia, que albergaba las primitivas dependencias de la Santa Casa de Misericordia desde su fundación en el año 1706. Una semana después, el día 17, los 208 asilados del establecimiento pasaron a ocupar provisionalmente las instalaciones del futuro hospital de Barañáin, cuyos amplios pabellones, edificados gracias a la generosa iniciativa de doña Concepción Benítez, viuda de don Nicanor Beistegui, llevaban años sin que se les acabara de dar un uso concreto. El año 2006 se publicó un libro titulado La Meca, una institución pamplonesa, 1706-2006, del que son autores Beatriz Itoiz, Camino Oslé, Sagrario Anaut, Jesús Baduz y Fernando Pérez Ollo. Como es bien sabido, “La Meca” es la denominación con que se conoce en Pamplona a esta popular institución benéfica y que proviene de la forma en que ya en 1716 se escribía la abreviatura de Misericordia: Mca. En dicho estudio se recoge la noticia de que, con fecha 23 de marzo de 1926, Melchor Lacabe expuso ante la junta de gobierno una serie de medidas encaminadas a lograr fondos con los que hacer frente a los cuantiosos gastos que indudablemente iba a suponer la construcción de una nueva sede para la Santa Casa. En aquella misma sesión, el arquitecto Víctor Eúsa se comprometió en un caritativo gesto, no solo a elaborar los  lanos gratuitamente, sino a encargarse también desinteresadamente de la dirección facultativa de las obras. Además, de manera providencial, se recibió por entonces un importante legado, debido a la generosidad del ingeniero de minas don Vicente García Castañón y de su esposa doña Trinidad Fernández Arenas, que en aquella difícil tesitura supuso una ayuda decisiva para afrontar aquel reto, que marcaría una nueva era en la historia del establecimiento. [caption id="" align="aligncenter" width="450"] Bendición de la primera piedra del actual edificio por el Nuncio Tedeschini. 1927. Foto J. Galle (Archivo Municipal)[/caption] La ciudad les demostró su gratitud dedicándoles sendas calles en la zona del Segundo Ensanche más próxima al lugar donde estuvo situada la primitiva sede de la casa. Un edificio de Víctor Eúsa Un año después, el 15 de marzo de 1927, Eúsa presentó su proyecto, que fue aprobado unánimemente por la junta. Y sin pérdida de tiempo, en la misma sesión se acordó fijar la fecha del 27 de marzo para la bendición y colocación de la primera piedra, con toda la solemnidad que el acto requería. Ofició la ceremonia religiosa el entonces Nuncio de Su Santidad en España, monseñor Federico Tedeschini y actuaron como padrinos los marqueses de Vesolla y la superiora de la comunidad de las Hijas de la Caridad, la zaragozana sor Joaquina Enguita, que lucía sobre el hábito la cruz de la Orden de Beneficencia. Asistieron todas las autoridades de la ciudad: Ayuntamiento, Diputación, los gobernadores civil y militar, el Obispo, los párrocos de las cinco parroquias que había entonces y los bienhechores de la casa.  Aparte del banquete a las representaciones oficiales, se obsequió a los asilados con una comida extraordinaria. [caption id="" align="aligncenter" width="450"] La Cabalgata de Reyes estuvo desde su origen muy vinculada a esta Casa. 1924-29. (Foto Archivo Municipal)[/caption] El proyecto de Víctor Eúsa –que poco antes había firmado el de la cercana iglesia de la Milagrosa- era completamente innovador en su concepción y en su estilo. En primer lugar, como señala el Catálogo Monumental de Navarra, se caracteriza por una esmerada ordenación simétrica de las distintas partes que integran el conjunto, y dentro de ella, cabe destacar la idea –que se repite en otras obras de este arquitecto- de situar la capilla en el eje mismo de la estructura, ocupando un lugar prioritario y a la vez simbólico respecto a la ordenación del edificio, pero integrándola en el conjunto. La planta organiza las diferentes dependencias en torno a dos amplios patios interiores cerrados, a los que se añaden seis más, tres a cada lado, abiertos por uno de los lados y formando cada uno de ellos una U con la alineación principal de la planta y las paredes laterales de los cuatro pabellones de cada una de las dos alas. “Esta concepción dinámica del espacio a base de diagonales –dice el citado catálogo- tiene su origen en la arquitectura wrightiana (así llamada en recuerdo del arquitecto Franck Lloyd Wright) asimilada en el norte de Europa por el holandés Dudoc o el alemán Muthesius. Los recuerdos de la escuela holandesa siguen presentes en la fachada, que se organiza en dos plantas en las que combina la piedra en el primer cuerpo con el ladrillo, hormigón y enlucido en el segundo, para proponer una superficie de proyección horizontal en la que únicamente destaca el paramento central, donde se ubica la puerta de entrada. La variedad cromática, aportada por esta combinación de materiales, se contrapone al ritmo regular que marcan las ventanas rectas practicadas a lo largo de la línea quebrada que describe la fachada, acentuando de esta forma el sentido lineal y geométrico del edificio”. [caption id="" align="aligncenter" width="450"] Comunidad de Hijas de la Caridad que atendían a los asilados en la Casa hacia el año 1950. (Foto Archivo Casa de Misericordia).[/caption] La capilla, sin duda la dependencia más caracterizada de la casa, presenta una novedosa planta hexagonal, tan original como el propio diseño de la misma. “El programa decorativo –añade el catálogo- pone el oratorio en relación con la corriente de la secesión vienesa y concretamente con el estilo de Otto Wagner, claramente identificable en el retablo que, siguiendo el diseño de Eúsa, realizó el pintor Javier Ciga y que se asemeja al de la iglesia de San Leopoldo, obra de Wagner”. Este retablo, concebido a la manera de un gran tríptico, representa la Asunción de la Virgen en un estilo de líneas geométricas muy característico de los años 20. Se inauguró en 1932 Las obras de construcción del nuevo edificio se dieron por concluidas a finales del año 1931. El 23 de diciembre los asilados, comunidad de religiosas y personal de servicio pasaron a ocupar las nuevas instalaciones y el 17 de enero de 1932 tuvo lugar la inauguración oficial del renovado establecimiento benéfico. La bendición corrió a cargo de monseñor Luciano Pérez Platero, obispo de Segovia. Eran ya los tiempos de la Segunda República y el cambio de régimen se empezó pronto a hacer notar en algunos detalles dentro de la propia Meca, como también ocurrió en otras facetas de la vida de la ciudad. Hay un hecho que, a pesar de su carácter anecdótico, viene a ser una muestra de esto que acabamos de decir. En mayo de 1931, al mes siguiente de la proclamación de la República, uno de los asilados, Máximo Obías, se negó a asistir a misa y al rezo del rosario, alegando que el nuevo régimen garantizaba la libertad de cultos. Como la dirección de la casa vio que aquella actitud podía contagiarse a otros asilados, la junta se empeñó con toda firmeza en hacer cumplir el reglamento de régimen interno y decretó que ante este tipo de situaciones, se mantuvieran “a todo trance” la moral y la disciplina de la institución en materia religiosa. Hay que decir, no obstante, que los nuevos aires que trajo la época republicana se reflejaron también en alguna otra medida de carácter progresista, como fue la incorporación por primera vez de una mujer a la junta de gobierno. Se llamaba Rosaura López y fue nombrada vocal en agosto de 1932. Como señalan Beatriz Itoiz y Camino Oslé en el libro antes citado, hubo que esperar hasta 1969 para volver a encontrar en la junta una representación femenina. Guerra Civil, posguerra y desarrollo El inicio de la Guerra Civil –el glorioso Alzamiento Nacional, como se le llamó durante muchos años- en julio de 1936 cambió radicalmente la situación política en Pamplona y en toda Navarra. La presencia republicana desapareció de las instituciones, incluidas naturalmente las de beneficencia, y en la Casa de Misericordia –como en el resto de dichos establecimientos- la situación volvió al estado que tenía con anterioridad al 14 de abril de 1931. Pero aunque nuestra ciudad no conoció como otras los horrores de la guerra en primera línea, sí que padeció algunos bombardeos por parte de la aviación republicana, que causaron daños en ciertos edificios y –lo que es peor- unas cuantas víctimas. [caption id="" align="aligncenter" width="450"] El torero “Manolete” visita la Casa, en compañía del administrador Blas Inza, el arquitecto Víctor Eúsa y otros miembros de la junta de gobierno. Sanfermines de 1943. Foto F. Zubieta (Archivo Casa de Misericordia)[/caption] En uno de esos ataques aéreos, el 15 de noviembre de 1937, cayeron dos bombas dentro del recinto de la Meca: una en la huerta de la parte sur y otra en el seto que separaba el jardín de recreo de las niñas del de las ancianas. Según el informe que redactó entonces el administrador Blas Inza, la segunda de dichas bombas causó tres víctimas mortales: Manuela Borrel, María Albéniz y Engracia Polo. Finalizada la contienda en abril de 1939 con la victoria del bando nacional, la historia de la casa inició una nueva etapa, la de la Posguerra; años duros, de escasez y de racionamiento. Difíciles para todos; para muchos de hambre y de miseria, y para algunas gentes sin escrúpulos, de ganancias fáciles con la especulación y el estraperlo. En la Misericordia hubo que hacer milagros para atender la manutención de los asilados; aparte, claro está, de que había que ir pagando el elevado coste que supuso la construcción del edificio inaugurado en 1931. Un celoso vocal de la junta, Ambrosio Izu, propuso en ella la adopción de una estrategia nunca empleada hasta entonces: la importación de productos americanos. Y así, vemos que en 1943 se trajeron de Argentina –gobernada en aquella época por el general Perón- importantes partidas de harina, legumbres, arroz, extracto de carne, jamón de York, tocino, panceta, queso y otros comestibles. Los años 50 marcaron el inicio de una situación menos precaria, que mejoraría de manera notable en la década siguiente. Por otra parte, hacia 1970 se empezó a notar un avance progresivo hacia la profesionalización de la asistencia, con la mejora de la atención médica, incorporación de personal especializado de enfermería, asistentas sociales, etc. para realizar tareas que hasta entonces corrían a cargo únicamente de las religiosas Hijas de la Caridad. De manera que en pocos años lo que hasta entonces había sido un asilo que respondía al modelo tradicional de los antiguos orfanatos y casas de beneficencia, experimentó una radical transformación que lo reconvirtió en la moderna y confortable residencia geriátrica que es en la actualidad. [caption id="" align="aligncenter" width="450"] La comparsa de gigantes y cabezudos visita la Casa por San Fermín. 1943. Foto F. Zubieta (Archivo Casa Misericordia)[/caption] La plaza de toros y las barracas Como es bien sabido por los pamploneses, la Casa de Misericordia es la titular de la plaza de toros de nuestra ciudad, cuya explotación le reporta unos beneficios muy considerables. La tradición taurina de la casa es muy antigua: ya en el siglo XVIII, cuando las corridas tenían lugar en la Plaza del Castillo, percibía –a medias con el hospital- el producto de lo que se pagaba por los balcones de las casas, que entonces se utilizaban como palcos para presenciar los festejos. Incluso en 1803, como documentó muy bien Fernando Pérez Ollo, trató de construir una plaza de toros propia por donde hoy está el hotel de los Tres Reyes; pero aunque se llegó a encargar el proyecto al maestro de obras José Pablo de Olóriz, el virrey no lo permitió porque perjudicaba la defensa de la ciudadela. Años más tarde, cuando en 1844 se levantó la primera plaza de toros fija, que sería reconstruida en 1852, la Meca recibía parte del producto de la venta de las localidades, pero no con carácter fijo. La gran novedad se produjo tras el incendio –dicen que provocado- de la vieja plaza en agosto de 1921. Fue por entonces cuando el ayuntamiento cedió a la casa los terrenos necesarios para que pudiera edificar a sus propias expensas un nuevo coso taurino y encargarse posteriormente de su explotación como empresa propietaria. La nueva plaza –la actual- obra del arquitecto donostiarra Francisco Urcola, se estrenó en los sanfermines de 1922 y tuvo un coste de 1.388.166 pesetas. Pronto pasó a ser la principal fuente de ingresos de la Meca, ya que en los años 40 los beneficios que daba suponían nada menos que el 40% del presupuesto. En 1967 se llevó a cabo su ampliación, según proyecto de Rafael Moneo, lo que supuso una inversión de 20 millones de pesetas, que no tardaría en ser amortizada. Otra saneada fuente de ingresos para la Santa Casa la constituye la explotación del real de la feria, donde se instalan cada año por San Fermín las atracciones para niños y mayores, tiovivos, churrerías y demás diversiones similares, que en Pamplona se conocen de siempre como las barracas. Fue en 1879 cuando el ayuntamiento se la cedió, en un tiempo en que las casetas se instalaban en el llamado paseo de Valencia –hoy de Sarasate- delante del viejo caserón donde entonces estaba la Misericordia. Ese mismo año –como averiguó Pérez Ollo en sus investigaciones- el carpintero Juan Navaz hizo por 1.490 pesetas las casetas de madera que se utilizaban en el ferial, incluidas las de los puestos para la venta de los ajos y de los botijos y cazuelas de barro, que se ponían en la plaza de las Recoletas, y de las que este último año aún se montaron dos o tres. A lo largo del siglo XX, las barracas cambiaron bastantes veces de emplazamiento. Así vemos que entre los años 1900 y 1944 se instalaban en el Primer Ensanche, entre la calle P. Moret y la actual avenida del Ejército, excepto en 1924, que lo hicieron delante de la plaza de toros. En 1945 y 1946 se pasaron al final de la avenida de Carlos III. Los tres años siguientes se ubicaron en el Rincón de la Aduana, actual paseo del Dr. Arazuri. Desde 1951 hasta 1965 estuvieron situadas junto al portal de Taconera, entre la actual pista de patinaje de Antoniutti y el chalet de la piscina Larraina. De 1966 a 1971 pasaron al glacis de la Vuelta del Castillo, junto a la carretera de Estella, hoy avenida de Pío XII. Desde 1972 se instalaron en la calle Yanguas y Miranda, en el solar resultante del derribo del cuartel de Artillería, hasta que en 2005 dieron comienzo las obras de la nueva estación de autobuses. Aquel céntrico emplazamiento se utilizaba el resto del año como aparcamiento de coches, cuyo producto era también a beneficio de la Meca, que lamentó mucho tener que prescindir de aquellos ingresos, tras su desaparición. Con el traslado del ferial a su actual ubicación en el parque del Arga en la Rochapea, la casa no perdió su prerrogativa de percibir el producto del canon que abonan los feriantes. Se podrían decir muchas cosas más de la Casa de Misericordia, de los muchos personajes populares que pasaron por ella, de su antigua banda de música, de la tradicional demanda que en otro tiempo se hacía en su beneficio por las calles de la ciudad, de sus bienhechores… pero este artículo se haría interminable. Sin embargo, no me resisto a transcribir una inscripción que hay a la entrada de la casa, en la que se leen los versos que en 1903 le dedicó el poeta pamplonés Fiacro Iráizoz, conocido sobre todo por su célebre composición poética titulada “Los gigantes de Pamplona”. Dicen así: Asilo bienhechor, santo retiro, con qué veneración tus puertas miro. Quién sabe si serás mi albergue ansiado cuando allá en mi vejez, con mano inquieta llame a tu puerta, pobre y olvidado. Para llegar a ti, ya llevo andado la mitad del camino… soy poeta. .

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