La calle Abejeras

LA CALLE ABEJERAS

Juan José Martinena Ruiz
Jefe del Archivo Real y General de Navarra

Continuando con el recorrido que sigue la Cabalgata de Reyes por las calles de Pamplona, nos ocuparemos en esta ocasión de la calle Abejeras, en la que se halla situado el colegio de Santa Catalina, que en la actualidad constituye el punto de partida de la segunda etapa del desfile triunfal de Sus Majestades, la que se inicia al anochecer del 5 de enero y recorre las anchurosas y animadas vías urbanas del Segundo Ensanche y del corazón de la ciudad.

El camino de las abejeras

El apeo general de los términos de Pamplona confeccionado por el ayuntamiento en el año 1860, al referirse al de Abejeras dice lo siguiente: “Es el término que se halla principiando de la Cruz Negra y camino de las Abejeras a la izquierda, hasta el barranco y fuente del mismo nombre, y a su derecha hasta el camino vecinal de Esquíroz, terminando en el puente llamado también de Esquíroz”.

El nombre originario del término, según consta en el documentado estudio de la toponimia de Pamplona de Jimeno Jurío y Salaberri, fue el de los Abejares, que aparece como referencia de la localización de una viña en el año 1595. En otra escritura de 1620 figura ya el nombre de Abejeras, que se ha perpetuado hasta nuestros días. Pero hay que decir que el nombre primitivo en vascuence fue Erleteguieta o Erlateguieta, que en esa lengua significa sitio o lugar de muchas abejas. Así lo consignó Elías Martínez de Lecea en un interesante trabajo que publicó en 1966 sobre los antiguos términos de Pamplona.

Un documento de 1716 se refiere al término de las Abejeras, “antes llamado el Soto”. Otra escritura posterior, de 1784, sitúa una
viña de la parroquia de San Nicolás “tras el castillo -la ciudadela- en la parte llamada las Abejeras, afrontada con camino de la Donapea” y otra “en la Cruz Negra o Abejeras, frente de las texerías de la Ciudad”.

Por su parte, el recordado y polifacético Ignacio Baleztena -que fue pionero en el estudio de la toponimia pamplonesa- dice que entre los bienes pertenecientes al conde de Ezpeleta en 1798 figuraba una viña de 6 peonadas en el término de la Cruz Negra o Abejeras, lindante con “el camino que de esta ciudad conduce a dichas abejeras”. Una noticia posterior, del año 1835, hace referencia al “camino de la Cruz Negra a Donapea, que cruza el Sadar por el puentecillo de Esquíroz”. Este antiguo camino, que discurría por en medio del término del que hemos venido hablando, fue el antecedente y el origen de la actual calle Abejeras.

La Cruz Negra

José Joaquín Arazuri, en su obra magistral Pamplona, calles y barrios, aporta una serie de noticias históricas que documentan perfectamente esta antigua cruz, que por fortuna se conserva todavía, aunque algo desplazada del que fue su emplazamiento primitivo. La primera de ellas data del año 1637 y alude a “una cruz grande que han hecho hacer en el puesto que llaman la Cruz  Negra”. Naturalmente, si en esa fecha el término era ya conocido con ese nombre, quiere decir que la cruz existía desde mucho  tiempo atrás y que lo que se hizo entonces fue reponerla, porque al ser de madera, se pudriría con el paso de los años y las  inclemencias del tiempo. Y eso a pesar de que, como parece indicar su nombre, probablemente estaría protegida por una capa de brea con el fin de impermeabilizarla.

En agosto de 1756, según consta puntualmente en los libros de actas del ayuntamiento, entonces llamados de consultas, se colocó “…a la vista de la ciudad y bajada de las tejerías, una cruz de piedra en lugar de la de madera que antes había, habiendo trasladado la de madera al lado del mojón de Cordovilla en el mismo camino real. Y para que en lo venidero no cause perjuicio a nadie esta mutación en punto a la denominación del término de la Cruz Negra, se hace esta expresión previniendo que a dicha cruz de piedra, de orden de la ciudad, se ha dado un baño negro a la piedra, y a la de madera, verde”.

Como se puede deducir de este testimonio, nuestros regidores de mediados del siglo XVIII -y los de épocas anteriores- tenían como norma la austeridad. Aquí se aprovechaba todo. De modo que acordaron colocar una cruz de piedra donde antes había una de madera, pero en vez de destruir la antigua, optaron por trasladarla a otro lugar, pintándola de verde para que no hubiera dos cruces con el mismo nombre y ello pudiera originar confusión en el futuro al referirse a ambos términos.

Y ésa es la cruz de piedra que todavía se conserva. En el archivo municipal se pueden ver distintas fotografías de ella, de diferentes fechas, varias de las cuales han sido publicadas por el Dr. Arazuri. La única reforma que sufrió a lo largo de dos siglos tuvo lugar en 1952 y consistió en rehacerle el pie, que se hallaba bastante deteriorado, dándole forma cilíndrica y consolidándolo
con dos cuerpos de piedra de cantería. En abril de 1974, a raíz de las importantes obras a que dio lugar la construcción de la actual plaza de los Fueros, que supuso una transformación radical de la fisonomía urbana de esta parte de la ciudad, hubo que desmontar la antigua cruz, que se depositó provisionalmente en un almacén municipal, con vistas a su reposición.

Unos meses más tarde, en virtud de un acuerdo del pleno del Ayuntamiento, de fecha 28 de febrero de 1975, fue reconstruida y vuelta a colocar en su actual emplazamiento, a pocos metros del que había venido ocupando hasta entonces.

Un nombre que estuvo a punto de perderse

Como sin duda recordarán muchos pamploneses y luego contaremos, el antiguo camino, que existía cuando menos desde el siglo XVI, experimentó un profundo cambio en su aspecto a partir de 1960. Para dar inicio a esta nueva etapa de su pequeña historia, el ayuntamiento, en sesión plenaria de 1 de febrero de 1962, acordó rotularlo como calle, decisión que vino a reconocer  oficialmente un proceso de transformación urbana que entonces estaba comenzando y que había de durar casi veinte años. Pero  hay que decir que hasta en esto de la denominación hubo sus incidencias.

Cinco años después, con fecha 12 de septiembre de  1967, a propuesta del entonces alcalde, se cambió el antiguo nombre, que contaba con más de cuatro siglos, por el de calle de  Corella, algo que no tenía mucho sentido y que lo único que hizo fue crear confusión. En vista de ello, esta vez mediando informe del archivero municipal, se adoptó un nuevo acuerdo del Pleno, en su  sesión del 2 de febrero de 1972, en virtud del cual se recuperó el nombre de calle de Abejeras, dejando pendiente el de Corella  con vistas a asignarlo en el futuro a otra vía urbana, como efectivamente se hizo poco después, el 7 de noviembre del mismo año,  dándoselo a una de las nuevas calles del populoso barrio de la Chantrea.

En la misma sesión se acordó dar el nombre de Erletoquieta -ahora Erletokieta- a la primera calle que cruza  perpendicularmente la de Abejeras y que actualmente une la avenida de Zaragoza con la de Sancho el Fuerte.

Del antiguo camino a la moderna calle

El Dr. Arazuri, en su Pamplona, calles y barrios, incluye una fotografía obtenida el año 1961, que constituye un valioso testimonio gráfico del aspecto y el ambiente que tenía esta calle en vísperas de la radical transformación que, como hemos apuntado, se produjo en ella a partir de 1960.

En dicha imagen se aprecia, en el centro, el antiguo camino jalonado por una hilera de árboles a  cada lado. A la derecha, una casita de dos plantas, cuyo tejado recordaba los de las casas de Burguete y que por algunos detalles  que tenía en su fachada, que imitaban troncos de madera, era conocida como la casa de palo. Detrás de ella, se puede ver otra de  tres alturas, con tejado a dos aguas y una terraza cubierta en el piso superior; a continuación, tras otra casa pequeña que apenas  se deja ver en la foto, se aprecia uno de los primeros edificios de varios pisos que entonces empezaban a construirse en la todavía  ncipiente calle y que actualmente lleva los números 11 y 13.

A la izquierda de la imagen, se ve en primer término parte de la cerca de una casa de campo, con su verja de hierro; tras ella otra  casa que podía haber estado situada en cualquier pueblo, y al fondo, se llegan a distinguir las casas de la Diputación, que se  estaban edificando.

Desde luego no había aceras y el único alumbrado público que se observa en la foto se reduce a una farola que cuelga a cierta altura de un cable sujeto a unos postes de madera plantados a ambos lados del camino. Este tipo de farolas -que creo eran de la casa Siemens- se podía ver también, hasta mediados de los años 60, en la mayor parte de las calles del Segundo Ensanche.

Un aspecto similar en cuanto al tipo de urbanización, aunque tal vez un poco más rural, presentaba en aquel tiempo el cercano y paralelo camino de Esquíroz.

Hay que decir que de ese modelo de casas -a medio camino entre el chalet y la casa de campo- se construyeron muchas a las  afueras de Pamplona -fuerapuertas se decía entonces- desde los años veinte hasta la década de los cuarenta. Tal vez las más  elegantes eran las que estaban situadas entre Burlada y Villava a ambos lados de la carretera, alguna de ellas con detalles modernistas al estilo bélle époque.

Angel María Pascual, en una de sus Glosas a la ciudad, escrita el 4 de junio de 1946, decía de los chalets que el progresivo  crecimiento urbano había traído consigo una aceleración en su construcción, pero que si se los comparaba con las casas de campo  que existían en las antiguas fincas con solera de algunas conocidas familias pamplonesas, enseguida se podía ver que en ellos la  huerta se había convertido en jardín y la casa en casita. “En su alrededor -escribe Pascual- hay un pozo poco más que un pozal  de ladrillo, unos arbolitos atados a una estaca, dos bancos y unos caminos de grava, como los de un belén. Todo ello tan pequeño que parece que cabe en una caja de bazar de juguetes…”

El tramo inicial de la calle, el más próximo a la Cruz Negra y a la actual plaza de los Fueros, fue naturalmente el primero en urbanizarse. En 1948 fue la construcción del colegio de Santa Catalina, atendido por las Hijas de la Caridad. Más tarde, hacia 1960, se levantó enfrente del citado colegio la gran manzana de viviendas destinadas a empleados de la Diputación, que llevan los números 2 al 14, en cuyas bajeras se fueron estableciendo los primeros comercios que, al principio tímidamente, empezaron  poco a poco a darle vida a esta parte de la ciudad. El proceso continuaría pujante a lo largo de toda la década.

En mi época de estudiante, entre 1966 y 1971, bajaba habitualmente a la universidad por esta calle, y en esos años, en mi reotra, todas aquellas casas de las que antes hablábamos, que dentro de su sencillez tenían también su encanto. Me tocó ver, junto con  los derribos, la desaparición de las huertas y jardincillos con que contaban. Incluso llegué a pasar algún rato en una de ellas, la de  Felipe Armendáriz, antes de que fuera borrada del mapa por el imparable proceso urbanizador. Y después fui testigo también de  la construcción de los nuevos edificios de viviendas -más modestos en una primera fase- que a partir de entonces fueron  ocupando los solares resultantes de las demoliciones y conformando la actual fisonomía urbana de la calle.

En los años 70, los nuevos bloques se construyeron de mejor calidad, sobre todo los del lado derecho de la calle, que llevan los  números pares.

Transformaciones urbanas

Con la construcción de la actual plaza de los Fueros, entre los años 1973 y 1975, cambió sustancialmente la parte correspondiente al comienzo de la calle, que partía de la Cruz Negra, situada en el punto en el que el antiguo camino de Abejeras se separaba por el lado derecho del camino real de Tafalla, más tarde carretera y hoy avenida de Zaragoza. Desapareció la  frondosa arboleda que había antes de llegar a las casas de la Diputación y que por su parte posterior llegaba hasta la antigua vía del Plazaola, que hasta 1959 rodeaba las traseras de la Casa de Misericordia y cuyo trazado motivó que el tramo inicial de la avenida de Sancho el Fuerte presentase una alineación en curva hasta el cruce con la calle de Esquíroz. También contribuyó significativamente a la transformación del paisaje urbano que hasta entonces presentaba este lugar el derribo del chalet que  durante años fue la primera casa que había en el lado izquierdo del camino de Abejeras, que tenía un bonito mirador de piedra  hacia la avenida de Zaragoza. En su solar y el del jardín que lo rodeaba se levantó un moderno edificio, que hoy lleva los números 1 y 3 de la calle que nos ocupa.

Las últimas modificaciones urbanas que ha experimentado esta calle, enclavada hoy entre los importantes barrios de Iturrama
y de la Milagrosa, se produjeron a partir de los años 80, primero en su cruce con la calle Erletokieta y más adelante en la  intersección con la calle Iturrama, puntos en los que se habilitaron pasos transversales para los coches por debajo del nivel de la calle, el primero para comunicar con la avenida de Zaragoza, el barrio de la Milagrosa y la calle Sangüesa; y el segundo, con el  nuevo barrio de Azpilagaña. Las nuevas construcciones que se levantaron en este último tramo -entre ellas el colegio del  Santísimo Sacramento- responden ya a unos modelos más modernos y se diferencian claramente de las de los sectores  interiores.

Otra importante mejora urbana, ésta más reciente, fue la instalación, junto al patio de recreo del colegio de Santa Catalina, del ascensor de uso público que facilita la comunicación cómoda y rápida de esta calle con la avenida de Zaragoza.

A partir de la rotonda situada en la intersección con la avenida de Navarra, ya en terrenos del campus de la Universidad de
Navarra y cerca del puentecillo sobre el Sadar -el Río al Revés para muchos pamploneses de toda la vida- todavía resulta  reconocible lo que en otro tiempo fue el tramo final del antiguo camino de Abejeras.

La Coral Erreniega

CORAL ERRENIEGA

Una de las novedades de la Cabalgata de 2013 fue la incorporación de la Coral Erreniega.

“Desde el principio la Coral estuvo encantada con la idea de participar en la Cabalgata de Pamplona, la noticia nos llegó de sorpresa y nos emocionó mucho que quisieran contar con nosotros”, cuenta Yaritza Farah, directora de la Coral Erreniega.

Todos los integrantes sabían lo que representa la Cabalgata de Pamplona porque ya la habían vivido antes, bien como niños o como adultos. Por lo tanto, ya sabían la multitud de gente que inunda las calles cada cinco de enero.

Pero para la directora, Yaritza Farah, todo era muy extraño. Nunca había visto la Cabalgata de la capital de Navarra y, además, viene de un país donde no hay mucha tradición de Reyes Magos, Cuba.

Por esta razón, cuando la Asociación Cabalgata Reyes Magos de Pamplona se puso en contacto con ella se quedó un poco sorprendida. Decidió preguntar a amigos y conocidos para que le contaran cómo era la Cabalgata. Todo el mundo coincidió: se trata de uno de los acontecimientos que más gente reúne en la capital de Navarra, un auténtico espectáculo.

La Coral poco a poco fue asumiendo que iba a formar parte de la Cabalgata. “Siempre había sido un espectador, pero ahora iba a ser uno de los protagonistas”, afirma Adely Gondán, miembro de la Junta de la Coral Erreniega. Todos ellos tenían la imagen de la Cabalgata desde fuera, nunca la habían vivido desde dentro. Para María José Garín, otro miembro de la Junta de la Coral Erreniega, la nueva forma de vivir la Cabalgata fue un descubrimiento: “Nosotros sabíamos la ilusión que rodea a la Cabalgata, pero no te puedes hacer a la idea de la cantidad de gente que se reúne a lo largo del recorrido. En ese momento, te das cuenta de la magia real que tiene la Cabalgata de Pamplona”.

El repertorio de la Coral Erreniega es muy extenso en cuanto a villancicos ya que, a finales de cada año, tienen una serie de conciertos exclusivos con este tipo de canciones. Pero como era una ocasión especial, decidieron que querían aportar algo nuevo a la Cabalgata: “Tras barajar varias opciones nos decidimos por incorporar un órgano, puesto que nadie había usado antes este instrumento en la Cabalgata de Pamplona”, dice Yaritza.

Todos los miembros de la Coral coinciden en señalar que, a pesar de que la Cabalgata avanza lentamente, se te pasa en un suspiro. “Desde dentro, la Cabalgata es todo alegría. Ves gente, gente y más gente, te hacen sentir alguien importante. Al acabar la Cabalgata no podíamos creer que ya se había acabado, todo pasó muy deprisa”, cuenta José Juan Cabrera, presidente de la Coral Erreniega.

En definitiva, toda la Coral quedó encantada con la experiencia que vivieron el pasado cinco de enero. “El año que viene volveremos con más ganas y más ilusión si cabe que el año pasado”, dice Yaritza. Además, para la Cabalgata de Pamplona 2014 tienen guardada una sorpresa para este Festejo de Navidad.

La Coral Erreniega

La “Coral Erreniega de Zizur” comenzó su andadura el 11 de noviembre de 1995 a partir de la iniciativa de un grupo de vecinos.

La evolución del grupo ha sido continua y positiva. La coral ha ido creciendo en cuanto a número de miembros. También su calidad ha ido aumentando habiéndose efectuado un importante esfuerzo por mejorar la técnica a base de ensayos y cursos de formación.

Con esa base se ha dotado al repertorio de una mayor complejidad, pasando de los sencillos cánones iniciales a obras con cuatro o cinco voces mixtas, incluyendo voces solistas y canciones en euskera, inglés y otros idiomas.

La “Coral Erreniega” continúa su andadura con 33 coralistas, un amplio y variado repertorio y un firme afán de mejora y formación.

En su programación anual mantiene:

  • Conciertos en los distintos pueblos de la Cendea de Zizur y Zizur Mayor.
  • Ceremonias, bodas de plata, bodas de oro, funerales y diversos eventos.
  • Concierto de Santa Cecilia.
  • Concierto del Día de Navarra.

De entre los numerosos conciertos ofrecidos en los últimos años podríamos destacar alguno de ellos:

  • Obtuvieron el 3er premio en el Concurso de Villancicos de Beriain en 2000.
  • Cantaron en el año 2000 en la entrega de la Medalla de Oro de Navarra.
  • Diversos actos culturales organizados por el Ayuntamiento de Pamplona y el Gobierno de Navarra (Rondas de primavera y otoño, Kultur, Nafarroako Eguna).
  • Fuera de nuestra Comunidad: participaron en el II Encuentro Coral Santa Lucía de Donostia y en Castilla La Mancha en Almagro, en 2005.
  • Conciertos en Santiago de Cuba y La Habana en 2010.
  • Conciertos con la Banda de Música de Zizur Mayor en 2005, 2009, 2011 y 2013, con repertorio variado entre ópera, zarzuelas, obras de Haendel y de Los Beatles.
  • Concierto de coros participativos en Baluarte; “El Mesias” de Haendel en 2010 y 2012, y coros de ópera en 2013.

Se mantienen intercambios con otras corales como:

  • “Coral San Miguel” de Orkoien.
  • ”Coral del Colegio de Abogados” de Bizkaia.
  • “Schola Cantorum San Vicente” de Barakaldo.
  • “Coral de la Media Luna”.
  • “Coral San Miguel Arcángel” de Larraga.
  • “Coro Joven San Ignacio” de Logroño.
  • “Coral San Andrés” de Villava.

Desde enero de 2009 su directora es Yaritza Farah Núñez. Nacida en Cuba, Graduada en Dirección Coral y Profesora de Canto, su bagaje académico es extraordinario, contando con una amplia experiencia en el campo coral, tanto en canto como en dirección coral.

La Casa de Misericordia

LA CASA DE MISERICORDIA

Juan José Martinena Ruiz
Jefe del Archivo Real y General de Navarra

En estos últimos años nos hemos venido ocupando, en una serie de artículos que han ido apareciendo en esta revista, de las distintas calles que recorre la Cabalgata de los Reyes Magos en la tarde-noche del 5 de enero, víspera de la fiesta de la Epifanía.

Una vez terminado, en el número anterior, el itinerario comprendido entre el portal de Francia, en las murallas del Redín, y la Casa Consistorial, iniciamos hoy la segunda fase o etapa de dicho recorrido por las calles del centro de la ciudad, que da comienzo todos los años a las siete de la tarde junto a la Casa de Misericordia.

Del Paseo de Sarasate a la Vuelta del Castillo

El 9 de septiembre de 1924, un voraz incendio, sobre cuyo origen circularon toda clase de suposiciones, destruyó en pocas horas el viejo caserón del paseo de Sarasate, antes llamado de Valencia, que albergaba las primitivas dependencias de la Santa Casa de Misericordia desde su fundación en el año 1706.

Una semana después, el día 17, los 208 asilados del establecimiento pasaron a ocupar provisionalmente las instalaciones del futuro hospital de Barañáin, cuyos amplios pabellones, edificados gracias a la generosa iniciativa de doña Concepción Benítez, viuda de don Nicanor Beistegui, llevaban años sin que se les acabara de dar un uso concreto.

El año 2006 se publicó un libro titulado La Meca, una institución pamplonesa, 1706-2006, del que son autores Beatriz Itoiz, Camino Oslé, Sagrario Anaut, Jesús Baduz y Fernando Pérez Ollo.

Como es bien sabido, “La Meca” es la denominación con que se conoce en Pamplona a esta popular institución benéfica y que proviene de la forma en que ya en 1716 se escribía la abreviatura de Misericordia: Mca. En dicho estudio se recoge la noticia de que, con fecha 23 de marzo de 1926, Melchor Lacabe expuso ante la junta de gobierno una serie de medidas encaminadas a lograr fondos con los que hacer frente a los cuantiosos gastos que indudablemente iba a suponer la construcción de una nueva sede para la Santa Casa.

En aquella misma sesión, el arquitecto Víctor Eúsa se comprometió en un caritativo gesto, no solo a elaborar los  lanos gratuitamente, sino a encargarse también desinteresadamente de la dirección facultativa de las obras. Además, de manera providencial, se recibió por entonces un importante legado, debido a la generosidad del ingeniero de minas don Vicente García Castañón y de su esposa doña Trinidad Fernández Arenas, que en aquella difícil tesitura supuso una ayuda decisiva para afrontar aquel reto, que marcaría una nueva era en la historia del establecimiento.

Bendición de la primera piedra del actual edificio por el Nuncio Tedeschini. 1927. Foto J. Galle (Archivo Municipal)

La ciudad les demostró su gratitud dedicándoles sendas calles en la zona del Segundo Ensanche más próxima al lugar donde estuvo situada la primitiva sede de la casa.

Un edificio de Víctor Eúsa

Un año después, el 15 de marzo de 1927, Eúsa presentó su proyecto, que fue aprobado unánimemente por la junta. Y sin pérdida de tiempo, en la misma sesión se acordó fijar la fecha del 27 de marzo para la bendición y colocación de la primera piedra, con toda la solemnidad que el acto requería.

Ofició la ceremonia religiosa el entonces Nuncio de Su Santidad en España, monseñor Federico Tedeschini y actuaron como padrinos los marqueses de Vesolla y la superiora de la comunidad de las Hijas de la Caridad, la zaragozana sor Joaquina Enguita, que lucía sobre el hábito la cruz de la Orden de Beneficencia.

Asistieron todas las autoridades de la ciudad: Ayuntamiento, Diputación, los gobernadores civil y militar, el Obispo, los párrocos de las cinco parroquias que había entonces y los bienhechores de la casa.  Aparte del banquete a las representaciones oficiales, se obsequió a los asilados con una comida extraordinaria.

La Cabalgata de Reyes estuvo desde su origen muy vinculada a esta Casa. 1924-29. (Foto Archivo Municipal)

El proyecto de Víctor Eúsa –que poco antes había firmado el de la cercana iglesia de la Milagrosa- era completamente innovador en su concepción y en su estilo.

En primer lugar, como señala el Catálogo Monumental de Navarra, se caracteriza por una esmerada ordenación simétrica de las distintas partes que integran el conjunto, y dentro de ella, cabe destacar la idea –que se repite en otras obras de este arquitecto- de situar la capilla en el eje mismo de la estructura, ocupando un lugar prioritario y a la vez simbólico respecto a la ordenación del edificio, pero integrándola en el conjunto.

La planta organiza las diferentes dependencias en torno a dos amplios patios interiores cerrados, a los que se añaden seis más, tres a cada lado, abiertos por uno de los lados y formando cada uno de ellos una U con la alineación principal de la planta y las paredes laterales de los cuatro pabellones de cada una de las dos alas.

“Esta concepción dinámica del espacio a base de diagonales –dice el citado catálogo- tiene su origen en la arquitectura wrightiana (así llamada en recuerdo del arquitecto Franck Lloyd Wright) asimilada en el norte de Europa por el holandés Dudoc o el alemán Muthesius.

Los recuerdos de la escuela holandesa siguen presentes en la fachada, que se organiza en dos plantas en las que combina la piedra en el primer cuerpo con el ladrillo, hormigón y enlucido en el segundo, para proponer una superficie de proyección horizontal en la que únicamente destaca el paramento central, donde se ubica la puerta de entrada. La variedad cromática, aportada por esta combinación de materiales, se contrapone al ritmo regular que marcan las ventanas rectas practicadas a lo largo de la línea quebrada que describe la fachada, acentuando de esta forma el sentido lineal y geométrico del edificio”.

Comunidad de Hijas de la Caridad que atendían a los asilados en la Casa hacia el año 1950. (Foto Archivo Casa de Misericordia).

La capilla, sin duda la dependencia más caracterizada de la casa, presenta una novedosa planta hexagonal, tan original como el propio diseño de la misma. “El programa decorativo –añade el catálogo- pone el oratorio en relación con la corriente de la secesión vienesa y concretamente con el estilo de Otto Wagner, claramente identificable en el retablo que, siguiendo el diseño de Eúsa, realizó el pintor Javier Ciga y que se asemeja al de la iglesia de San Leopoldo, obra de Wagner”.

Este retablo, concebido a la manera de un gran tríptico, representa la Asunción de la Virgen en un estilo de líneas geométricas muy característico de los años 20.

Se inauguró en 1932

Las obras de construcción del nuevo edificio se dieron por concluidas a finales del año 1931. El 23 de diciembre los asilados, comunidad de religiosas y personal de servicio pasaron a ocupar las nuevas instalaciones y el 17 de enero de 1932 tuvo lugar la inauguración oficial del renovado establecimiento benéfico.

La bendición corrió a cargo de monseñor Luciano Pérez Platero, obispo de Segovia. Eran ya los tiempos de la Segunda República y el cambio de régimen se empezó pronto a hacer notar en algunos detalles dentro de la propia Meca, como también ocurrió en otras facetas de la vida de la ciudad.

Hay un hecho que, a pesar de su carácter anecdótico, viene a ser una muestra de esto que acabamos de decir. En mayo de 1931, al mes siguiente de la proclamación de la República, uno de los asilados, Máximo Obías, se negó a asistir a misa y al rezo del rosario, alegando que el nuevo régimen garantizaba la libertad de cultos. Como la dirección de la casa vio que aquella actitud podía contagiarse a otros asilados, la junta se empeñó con toda firmeza en hacer cumplir el reglamento de régimen interno y decretó que ante este tipo de situaciones, se mantuvieran “a todo trance” la moral y la disciplina de la institución en materia religiosa.

Hay que decir, no obstante, que los nuevos aires que trajo la época republicana se reflejaron también en alguna otra medida de carácter progresista, como fue la incorporación por primera vez de una mujer a la junta de gobierno. Se llamaba Rosaura López y fue nombrada vocal en agosto de 1932.

Como señalan Beatriz Itoiz y Camino Oslé en el libro antes citado, hubo que esperar hasta 1969 para volver a encontrar en la junta una representación femenina.

Guerra Civil, posguerra y desarrollo

El inicio de la Guerra Civil –el glorioso Alzamiento Nacional, como se le llamó durante muchos años- en julio de 1936 cambió radicalmente la situación política en Pamplona y en toda Navarra. La presencia republicana desapareció de las instituciones, incluidas naturalmente las de beneficencia, y en la Casa de Misericordia –como en el resto de dichos establecimientos- la situación volvió al estado que tenía con anterioridad al 14 de abril de 1931.

Pero aunque nuestra ciudad no conoció como otras los horrores de la guerra en primera línea, sí que padeció algunos bombardeos por parte de la aviación republicana, que causaron daños en ciertos edificios y –lo que es peor- unas cuantas víctimas.

El torero “Manolete” visita la Casa, en compañía del administrador Blas Inza, el arquitecto Víctor Eúsa y otros miembros de la junta de gobierno. Sanfermines de 1943. Foto F. Zubieta (Archivo Casa de Misericordia)

En uno de esos ataques aéreos, el 15 de noviembre de 1937, cayeron dos bombas dentro del recinto de la Meca: una en la huerta de la parte sur y otra en el seto que separaba el jardín de recreo de las niñas del de las ancianas. Según el informe que redactó entonces el administrador Blas Inza, la segunda de dichas bombas causó tres víctimas mortales: Manuela Borrel, María Albéniz y Engracia Polo.

Finalizada la contienda en abril de 1939 con la victoria del bando nacional, la historia de la casa inició una nueva etapa, la de la Posguerra; años duros, de escasez y de racionamiento. Difíciles para todos; para muchos de hambre y de miseria, y para algunas gentes sin escrúpulos, de ganancias fáciles con la especulación y el estraperlo.

En la Misericordia hubo que hacer milagros para atender la manutención de los asilados; aparte, claro está, de que había que ir pagando el elevado coste que supuso la construcción del edificio inaugurado en 1931. Un celoso vocal de la junta, Ambrosio Izu, propuso en ella la adopción de una estrategia nunca empleada hasta entonces: la importación de productos americanos.

Y así, vemos que en 1943 se trajeron de Argentina –gobernada en aquella época por el general Perón- importantes partidas de harina, legumbres, arroz, extracto de carne, jamón de York, tocino, panceta, queso y otros comestibles.

Los años 50 marcaron el inicio de una situación menos precaria, que mejoraría de manera notable en la década siguiente. Por otra parte, hacia 1970 se empezó a notar un avance progresivo hacia la profesionalización de la asistencia, con la mejora de la atención médica, incorporación de personal especializado de enfermería, asistentas sociales, etc. para realizar tareas que hasta entonces corrían a cargo únicamente de las religiosas Hijas de la Caridad.

De manera que en pocos años lo que hasta entonces había sido un asilo que respondía al modelo tradicional de los antiguos orfanatos y casas de beneficencia, experimentó una radical transformación que lo reconvirtió en la moderna y confortable residencia geriátrica que es en la actualidad.

La comparsa de gigantes y cabezudos visita la Casa por San Fermín. 1943. Foto F. Zubieta (Archivo Casa Misericordia)

La plaza de toros y las barracas

Como es bien sabido por los pamploneses, la Casa de Misericordia es la titular de la plaza de toros de nuestra ciudad, cuya explotación le reporta unos beneficios muy considerables. La tradición taurina de la casa es muy antigua: ya en el siglo XVIII, cuando las corridas tenían lugar en la Plaza del Castillo, percibía –a medias con el hospital- el producto de lo que se pagaba por los balcones de las casas, que entonces se utilizaban como palcos para presenciar los festejos.

Incluso en 1803, como documentó muy bien Fernando Pérez Ollo, trató de construir una plaza de toros propia por donde hoy está el hotel de los Tres Reyes; pero aunque se llegó a encargar el proyecto al maestro de obras José Pablo de Olóriz, el virrey no lo permitió porque perjudicaba la defensa de la ciudadela.

Años más tarde, cuando en 1844 se levantó la primera plaza de toros fija, que sería reconstruida en 1852, la Meca recibía parte del producto de la venta de las localidades, pero no con carácter fijo. La gran novedad se produjo tras el incendio –dicen que provocado- de la vieja plaza en agosto de 1921. Fue por entonces cuando el ayuntamiento cedió a la casa los terrenos necesarios para que pudiera edificar a sus propias expensas un nuevo coso taurino y encargarse posteriormente de su explotación como empresa propietaria.

La nueva plaza –la actual- obra del arquitecto donostiarra Francisco Urcola, se estrenó en los sanfermines de 1922 y tuvo un coste de 1.388.166 pesetas. Pronto pasó a ser la principal fuente de ingresos de la Meca, ya que en los años 40 los beneficios que daba suponían nada menos que el 40% del presupuesto. En 1967 se llevó a cabo su ampliación, según proyecto de Rafael Moneo, lo que supuso una inversión de 20 millones de pesetas, que no tardaría en ser amortizada.

Otra saneada fuente de ingresos para la Santa Casa la constituye la explotación del real de la feria, donde se instalan cada año por San Fermín las atracciones para niños y mayores, tiovivos, churrerías y demás diversiones similares, que en Pamplona se conocen de siempre como las barracas.

Fue en 1879 cuando el ayuntamiento se la cedió, en un tiempo en que las casetas se instalaban en el llamado paseo de Valencia –hoy de Sarasate- delante del viejo caserón donde entonces estaba la Misericordia.

Ese mismo año –como averiguó Pérez Ollo en sus investigaciones- el carpintero Juan Navaz hizo por 1.490 pesetas las casetas de madera que se utilizaban en el ferial, incluidas las de los puestos para la venta de los ajos y de los botijos y cazuelas de barro, que se ponían en la plaza de las Recoletas, y de las que este último año aún se montaron dos o tres.

A lo largo del siglo XX, las barracas cambiaron bastantes veces de emplazamiento. Así vemos que entre los años 1900 y 1944 se instalaban en el Primer Ensanche, entre la calle P. Moret y la actual avenida del Ejército, excepto en 1924, que lo hicieron delante de la plaza de toros. En 1945 y 1946 se pasaron al final de la avenida de Carlos III. Los tres años siguientes se ubicaron en el Rincón de la Aduana, actual paseo del Dr. Arazuri.

Desde 1951 hasta 1965 estuvieron situadas junto al portal de Taconera, entre la actual pista de patinaje de Antoniutti y el chalet de la piscina Larraina. De 1966 a 1971 pasaron al glacis de la Vuelta del Castillo, junto a la carretera de Estella, hoy avenida de Pío XII. Desde 1972 se instalaron en la calle Yanguas y Miranda, en el solar resultante del derribo del cuartel de Artillería, hasta que en 2005 dieron comienzo las obras de la nueva estación de autobuses.

Aquel céntrico emplazamiento se utilizaba el resto del año como aparcamiento de coches, cuyo producto era también a beneficio de la Meca, que lamentó mucho tener que prescindir de aquellos ingresos, tras su desaparición. Con el traslado del ferial a su actual ubicación en el parque del Arga en la Rochapea, la casa no perdió su prerrogativa de percibir el producto del canon que abonan los feriantes.

Se podrían decir muchas cosas más de la Casa de Misericordia, de los muchos personajes populares que pasaron por ella, de su antigua banda de música, de la tradicional demanda que en otro tiempo se hacía en su beneficio por las calles de la ciudad, de sus bienhechores… pero este artículo se haría interminable.

Sin embargo, no me resisto a transcribir una inscripción que hay a la entrada de la casa, en la que se leen los versos que en 1903 le dedicó el poeta pamplonés Fiacro Iráizoz, conocido sobre todo por su célebre composición poética titulada “Los gigantes de Pamplona”. Dicen así:

Asilo bienhechor, santo retiro,

con qué veneración tus puertas miro.

Quién sabe si serás mi albergue ansiado

cuando allá en mi vejez, con mano inquieta

llame a tu puerta, pobre y olvidado.

Para llegar a ti, ya llevo andado

la mitad del camino… soy poeta.
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La Pamplonesa

LA PAMPLONESA

A comienzos del siglo XX, en Pamplona, existían tres diferentes bandas de música, todas ellas de base militar. Música de los Regimientos: Almansa n.º 18, América n.º 14 y Constitución n.º 29

Don Silvanio Cervantes, posteriormente director de La Pamplonesa, pero por aquel entonces integrante del Regimiento de América nº14, decidió formar una única banda integrada por 25 jóvenes, cuyo nombre fue “Banda de Música de los Exploradores”. Pero la formación no duró mucho, los ciudadanos pamploneses no querían una banda militar, sino una banda civil. En 1919, D. Silvanio Cervantes, D. Manuel Zugarrondo y D. Vicente Sádaba propusieron al Ayuntamiento crear una banda con los antiguos integrantes de la “Banda de los Exploradores” y otros músicos de la ciudad, formando de esa manera, el 24 de septiembre de 1919, una banda civil: La Pamplonesa.

Desde su formación la banda ha participado en las principales celebraciones pamplonesas, como los Sanfermines, poniendo música a todos los actos organizados en la calle (el Riau Riau, las dianas, la procesión, etc.) o posteriormente en la Cabalgata de los Reyes Magos.

Otros actos relevantes en los que ha participado son la llegada a Pamplona de S.M. el Rey Alfonso XII en 1920, la fiesta de la proclamación de la República en 1931, las inauguraciones del Kiosko de Música de la Plaza del Castillo en 1943, del Monumento a Gayarre en 1950, de la nueva Casa Consistorial en 1953 o la del Estadio del Sadar en 1967, entre otros.

La Pamplonesa lleva unos 60 años participando en la Cabalgata y es una parte fundamental de ésta. Abre el desfile, sus músicos son los primeros en pasar y emocionan a las personas que llevan horas esperando la llegada del desfile. Motivo por el que sus integrantes se sienten muy queridos y admiten que percibir el cariño del público a su paso es realmente emocionante.

Echando la vista atrás, la Cabalgata de los Reyes Magos ha cambiado mucho a lo largo de los años. Antiguamente la banda no ocupaba la primera posición en el desfile, sino que se situaba tras los caballos o acompañando a los antorcheros y entonces, temían que alguno de los animales se les viniera encima. Sus Majestades llegaban montados a caballo, no había carrozas y el recorrido era más corto. Con los años se han ido incorporando más carrozas y el número de participantes también es mucho mayor. Estos cambios han hecho que la Cabalgata crezca y hoy en día se haya convertido en todo un espectáculo de sensaciones.

A lo largo de los años se han sucedido más cambios que han supuesto todo un giro en la trayectoria de la Pamplonesa en la Cabalgata. Hasta hace relativamente poco el repertorio musical estaba formado por marchas y algunas de ellas se tocaban principalmente en celebraciones religiosas, citas ineludibles en las que la banda participaba.

Fue hace 10 años cuando la banda tomó una decisión importante respecto a su papel en el desfile de la Cabalgata. Desde entonces los villancicos son la base musical del desfile y proporcionan un espíritu más navideño. ¿Por qué se tomó esta decisión? En primer lugar porque fue una petición popular, había llegado el momento de dar un cambio. En segundo lugar porque todos conocemos los villancicos navideños y nos sumergen en el espíritu navideño que compartimos en estas fechas especiales.

En la banda se expuso el tema y se decidió que era hora de dar ese cambio, porque La Pamplonesa quiere ofrecer lo mejor al público, lo que ellos quieren escuchar. Desde entonces sus músicos sienten que conectan más con el público y ven mayor emoción en la gente. El repertorio actual de La Pamplonesa para la celebración de la Cabalgata de los Reyes

Magos consta de seis villancicos. Es una selección de los mejores, porque no todos valen, y a base de experiencia e ir probando han definido lo que realmente les funciona. Por ello este año la banda ha dado un paso más allá. Se ha superado para mejorar los villancicos ya existentes y adaptarlos al entorno urbano para conseguir el sonido más adecuado. “Este año queremos darle un aire diferente, más espectacular y brillante”, explican.

Para conseguir este objetivo han incorporado arreglos musicales en todas las obras, mejoras que escucharemos por primera vez este año. Con la ayuda de un compositor han conseguido adecuar estas piezas a una actuación musical que sucede en la calle, algo a tener muy en cuenta. “Con los arreglos vamos a potenciar el viento metal (trompetas, trombones y trompas), que es lo que más suena en espacios abiertos y así lograremos que el sonido sea más contundente”.

Este cambio repercute en su aportación musical más de lo que, en un principio, podemos imaginar. Nos explican que existe una gran diferencia en la sonoridad de las piezas según el tipo de calle en la que se toque. El sonido es muy diferente en una calle estrecha del Casco Antiguo, por ejemplo, al de una avenida donde el sonido se pierde, se dispersa en el espacio abierto. Por ello toma gran importancia la presencia musical que aporta el viento metal.

Es reseñable apuntar que pese a encontrarnos en unas fechas especiales, siempre toca la banda al completo. “No queremos que sólo vean a 25 personas en la banda, nosotros somos más de 50 y siempre vamos todos, porque al final, tenemos una imagen y eso es lo que queremos transmitir”.

Como anécdota, la gran mayoría no pueden ir con sus hijos pequeños a ver la Cabalgata, por lo que se les permite solicitar el día libre algún año para poder compartir la experiencia con su familia, desde el otro lado.

Añaden que como conocen bien el repertorio no tienen que estar continuamente mirando la partitura y se involucran más con lo de su alrededor. “El contacto con la gente para noso – tros es vital, la independencia del papel te permite estar más cercano”.

Tanto los integrantes antiguos de la banda como los actuales reconocen que la Cabalgata es el evento más multitudinario de todos en los que participan. “Todo es más cercano, siempre notamos el cariño del público, cada vez que salimos a la calle. Y estamos muy orgullosos de ello”.

La Casa Consistorial

LA CASA CONSISTORIAL,
sede del gobierno municipal de la ciudad

Juan José Martinena Ruiz
Jefe del Archivo Real y General de Navarra

Un punto de referencia en la entrada triunfal que cada año hacen Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente en nuestra bimilenaria ciudad es la Casa Consistorial, sede del gobierno municipal, enclavada desde hace seis siglos en pleno corazón de la Vieja Iruña, donde en época medieval venían a confluir los antiguos burgos.

La primitiva casa de la Jurería

Una de las cuestiones que trata más detalladamente el Privilegio de la Unión, otorgado por el rey Carlos III el Noble el 8 de septiembre de 1423, es la construcción de la casa del ayuntamiento. Y es que, como anotó Leoncio Urabayen en su Biografía de Pamplona- este edificio materializaba la fusión urbana de los tres antiguos burgos, ya que vino a ser el pionero de su reciente unificación. El capítulo III de dicho privilegio, que lleva por título “Do se fará la casa de la Jurería et do será la campana de los jurados”, señaló cuál había de ser su emplazamiento: el foso de la torre de la Galea, de la antigua muralla del burgo de San Cernin: “Hayan a haber a perpetuo una casa e una Jurería, do se hayan a congregar por los aferes e negocios de nuestra dicha muy noble ciudat; et hayan a facer lo más antes que pudieren la dicha casa de jurería en el fosado que es enta la torr clamada la Galea, enta la part de la Navarrería, dejando entre la dicha torr et la dicha casa camino suficient para pasar, según está al día de hoy… Et metrán en la torr de la Galea o a otra part do a eillos plazdrá, una campana, al toco de la cual se plegarán los dichos diez jurados”. Y con respecto a la financiación de las obras, que se preveían costosas, en el capítulo VIII -“Quién es en este comienço thesorero de la ciudad… et cómo se deberá fazer la casa de la jurería”- se ordenó que ese año y los dos siguientes se deberían tomar de las rentas de la ciudad “para convertir en el dicho ayno en la fábrica de la casa de la dicha jurería la suma de septecientas libras carlines prietos”.

Las obras debieron de ir muy lentas, ya que sesenta años más tarde, en 1482, se dio orden de entregar a la ciudad 300 libras carlines, destinadas a la edificación de la casa. Parece que por esas fechas los trabajos tomaron un impulso notable. En 1483 la ciudad cedió al rey el privilegio de inmunidad a cambio de una renta anual de 400 libras, con el fin de invertirlas en la fábrica de la casa de ayuntamiento “que está principiada en la Navarrería, delante del Chapitel”, y una vez finalizase ésta, en la reparación de las murallas. Dicha ayuda, según una orden dada por los reyes Juan de Labrit y Catalina de Foix en 1486, se asignó sobre el producto del impuesto de la alcabala. Al parecer, las obras se hallaban ya muy adelantadas.

Un edificio en peligro de ruina

El hasta hace poco archivero municipal José Luis Molins, en su documentado libro sobre la casa consistorial, recoge noticias de distintas fechas en los siglos XVI y XVII, que indican que su estado de conservación era deficiente, hasta el punto de que en 1641 hubo que apuntalar el edificio, tarea que corrió a cargo de un carpintero apellidado Oyarzun. Un siglo después, el deterioro era ya tan acusado que los peritos empezaron a hablar de peligro de ruina. En 1751 se encargó a los maestros de obras Fernando de Múzquiz y Manuel de Olóriz un proyecto de reforma interior, por si con ello bastara para mantenerlo en las debidas condiciones. Ese mismo año se acordó que le hiciese un reconocimiento el coronel de ingenieros don Jerónimo Marqueli, quien a resultas del mismo informó que amenazaba ruina en algunas partes y necesitaba urgentemente una gran reparación. En vista de ello, y de que las obras podían durar bastante tiempo, los regidores pasaron a estudiar distintas opciones para trasladar provisionalmente la sala de sesiones, el archivo y demás oficinas municipales, teniendo en cuenta que en esa época no había en la ciudad muchas casas capaces de albergarlas en las debidas condiciones. Al final, se optó por la casa llamada del Condestable, al inicio de la Calle Mayor, donde hasta unos años antes habían residido los obispos y que pertenecía entonces al duque de Alba, como conde de Lerín. El propietario accedió amablemente a la solicitud que le dirigió el Regimiento, de suerte que en abril de 1752 se pudo efectuar el traslado a la sede provisional, cosa que se hizo con todo el ceremonial que el caso requería.

En cuanto al estado de la vieja casa consistorial, antes de tomar una resolución definitiva al respecto, tras varias y sesudas deliberaciones, los regidores encargaron en 1753 un nuevo reconocimiento a los dos maestros antes citados, los cuales esta vez fueron más tajantes en su dictamen. En él decían que, a la vista del estado de los suelos y de la estructura, opinaban que “cuando menos se piense puede arruinarse y caerse todo el edificio y causar graves daños a las casas vecinas”. En cuanto a las fachadas, la posterior y las dos laterales se encontraban “muy desplomadas para afuera”; solamente la principal se hallaba en las debidas condiciones y sin peligro de ruina, ya que la piedra era “de muy buen lustre y calidad”. Visto lo cual, en la sesión del 14 de mayo de ese mismo año, el Ayuntamiento –entonces se decía el Regimiento acordó derribar el edificio y levantar en su lugar otro de nueva planta.

Reedificada a mediados del siglo XVIII

Una vez decidida la reedificación, los munícipes encargaron el correspondiente proyecto al maestro de obras pamplonés Juan Miguel de Goyeneta, uno de los más acreditados que había entonces en su oficio. La contrata, que incluía la traza del frontis, se formalizó ante escribano el 31 de agosto de 1753. Un mes antes se había calculado para la obra un presupuesto de 186.612 reales. Inmediatamente empezaron las obras.

Pero en marzo de 1755, cuando iban muy adelantadas, y a pesar del compromiso adquirido con Goyeneta, el ayuntamiento volvió a plantearse el diseño que él había hecho de la fachada, que por lo visto no les terminaba de convencer. Tanto es así que –según anota Molins- decidieron recuperar del expediente otro proyecto que había presentado anteriormente don José de Zay Lorda, arquitecto y sacerdote pamplonés, a la sazón residente en Bilbao, cuyo alzado, con elegantes columnas pareadas, les parecía “de mayor garbo, lucimiento y esplendor”. Examinado por varios expertos, lo juzgaron también “de más gala y magnificencia que el que se tenía escriturado”; bien es cierto que su coste superaba al otro en 24.000 reales; pero cuando hay, como se dice ahora, voluntad política, el dinero no suele ser problema. Y de hecho, en esta ocasión no lo fue: en la sesión del 15 de marzo se hizo definitiva la elección del segundo proyecto, que en la documentación de entonces se le cita como “el de columnas”. Es fácil de imaginar el enfado que se debió de agarrar el bueno de Goyeneta.

Mientras tanto, las obras del resto del edificio seguían adelante, a cargo de los contratistas Múzquiz y Olóriz. En mayo de 1755 surgieron algunos problemas con las bóvedas del sótano. Las cosas se complicaron; en octubre del año siguiente el ayuntamiento les rescindió el contrato y el asunto acabó en los tribunales, algo que ocurría bastante a menudo. En agosto de 1756 se acordó que viniese de Tudela el maestro albañil José Marzal, al cual se le encargó la traza de la escalera principal, incluida la bóveda con su media naranja y su linterna, por la que se le libraron 80 pesos.

En abril de 1756 la fachada estaba edificada en tres de sus cuatro cuerpos, a falta del ático, para el que Goyeneta presentó dos proyectos diferentes. A la vista de ellos, los regidores acordaron que los examinasen los maestros de obras Juan Lorenzo Catalán, Pedro Aizpún y Fernando Díaz de Jáuregui y el maestro albañil Martín de Lasorda. Y ocurrió algo imprevisto, que fue que uno de los examinadores, Juan Lorenzo Catalán, se animó a presentar su propio proyecto. Y tuvo la suerte de que, con alguna modificación de detalle, fue aprobado por el Regimiento con fecha 10 de mayo y es el que se ejecutó y hoy podemos contemplar. La alegoría de la Fama que corona su frontón triangular, con los leones tenantes que sujetan los escudos de Pamplona y Navarra y las dos figuras de Hércules que lo flanquean, así como las dos estatuas alegóricas de la Prudencia y la Justicia –las virtudes del buen gobierno- sitas a ambos lados de la puerta principal, se encargaron al escultor José Jiménez. Una vez examinadas por los peritos en noviembre de 1759, se le pagaron por ellas 9.000 reales. La espada que tiene en su mano la Justicia, que la forjó el espadero Francisco González, costó 8 reales más. Y por dorar el clarín que porta la alegoría de la Fama que corona el ático se pagaron otros 80.

La rejería y labores de forja de ventanas y balcones, además de la cerrajería, corrió a cargo de Salvador de Ribas, que cobró 34.000 reales. En octubre de 1758 se efectuó la peritación de los trabajos de carpintería, ejecutados por Francisco de Olóriz y Baltasar Marticorena, con lo cual se procedió a la colocación de puertas y ventanas en las distintas salas y dependencias. En enero de 1759 los comisionados para supervisar las obras elaboraron una relación conteniendo una serie de trabajos complementarios que se consideraban precisos para dar por terminado el edificio, y cuya ejecución duró un año más. Quedó pendiente algún detalle, como el reloj de la fachada, que lo hizo el ya citado Salvador de Ribas, pero que no se instalaría hasta catorce años después.

Por fin, con las obras ya felizmente finalizadas, llegó el momento de abandonar la sede provisional que se venía ocupando desde hacía ocho años. El 26 de enero de 1760 se acordó el traslado de la corporación y de los servicios municipales a la nueva casa, “y que las argollas o picotas se pongan en el segundo suelo del frontis principal, en los dos costados del balcón donde tañen los clarines, para ejecutar las penas que de esta calidad se impusieren”. Lo que quiere decir que en esa fecha aún se seguían aplicando castigos infamantes. Tres días más tarde el ayuntamiento pudo celebrar su primera sesión en la nueva casa. Unos meses después, el día 4 de junio, tuvo lugar la solemne bendición, oficiada por el obispo don Gaspar de Miranda y Argaiz

Noticias del siglo XIX

Pascual Madoz, en su Diccionario geográficoestadístico- histórico de España y sus posesiones de Ultramar, después de afirmar que el edificio responde a “una arquitectura de mal gusto”, describe algunas de sus dependencias, tal como estaban en 1849: “En el primer piso están la secretaría y salones de juntas; por frente de la escalera se entra a un gran salón adornado con extraordinario lujo; tiene una inmensa mesa con escribanía de plata y sobre ella hay un dosel, también de damasco encarnado, bajo el cual se ve el retrato de la reina, pintado y regalado al ayuntamiento por Mariano Sanz en agosto de 1848. La hermosa sillería, los espejos, el precioso reloj, las magníficas arañas, arandelas y candelabros de cristal y bronce que adornan las mesas y paredes, dan un suntuoso y esplendente aspecto a este salón. El otro, en la parte opuesta, aunque más modesto, presenta también cosas notables, además de la gran mesa y dosel carmesí que se ostentan en el testero de la sala; campean en la pared los retratos de los reyes de Navarra desde su unión con Castilla. En el segundo piso está el archivo y la habitación del secretario”. Por su parte, Pedro de Madrazo, en su conocida obra Navarra y Logroño, publicada en 1886, describe la fachada del edificio en estos términos: “Presenta una fachada de tres cuerpos, el de abajo dórico, jónico el principal y el segundo corintio, con terrado y ático muy pesado encima, de muy saliente frontón, coronado con esculturas que representan una Fama de vulgarísimas formas, con escudos a los lados entre las zarpas de sendos leones tenantes, que más parecen perros que leones, y campanas de reloj. El terrado presenta una fea balaustrada con enormes volutas en sus extremidades, destinadas a soportar dos acroteras que sirven de pedestales a dos Hércules con la clava al hombro. Las columnas de cada cuerpo están pareadas y lleva cada par su entablamento de arquitrabe, friso y cornisa. Son cuatro parejas en cada cuerpo, y de consiguiente tres en cada piso los vanos. En el piso bajo, el grande arco de entrada al vestíbulo tiene entre sus columnas flanqueantes estatuas barrocas, y en su archivolta y enjutas adornos de mal gusto. Los vanos en los cuerpos principal y segundo están contorneados de follaje y cartelas de pésima forma”. Por lo que se ve, los eruditos del siglo XIX, despreciaban olímpicamente la arquitectura barroca del XVIII.

Construcción de la actual Casa Consistorial

Dos siglos más tarde, en torno al año 1950, nadie en Pamplona dudaba ya que el edificio levantado a mediados del siglo XVIII resultaba insuficiente para albergar las numerosas oficinas municipales y que además, por la anticuada distribución de sus salas resultaba poco funcional. La ciudad había crecido mucho, sobre todo en los últimos cincuenta años, y las dependencias destinadas a atender al público seguían siendo las mismas que en 1800, con pocas modificaciones. Se barajaron dos posibilidades: reforma y ampliación, o bien demolición y reconstrucción total. Incluso se habló –el año pasado lo recordábamos en esta misma revista– de recrear en este lugar una plaza mayor al estilo de las que se hacían en España entre los siglos XVI y XIX. La polémica estaba en la calle y no quiso ser ajeno a ella aquel gran pamplonés que fue Angel María Pascual, quien en una de sus incomparables Glosas a la ciudad –la del 15 de febrero de 1947– escribió este párrafo: “…El edificio del ayuntamiento debe ampliarse, pero no tragarse las casas del entorno. Porque su mayor encanto está en su contraste de casa gremial, de mueble barroco, de tallado reloj de pared, en medio de las fachadas deliciosamente vulgares de esas tiendas bajitas con olor de recatada artesanía”.

Tras largas deliberaciones, los munícipes –como habían hecho sus antecesores doscientos años atrás– decidieron la demolición del antiguo y noble caserón de 1760, del que solamente se respetó la fachada. Con ello se perdió para siempre el más importante de los edificios civiles barrocos de la ciudad. En su lugar se levantó uno más amplio de nueva planta, cuyo proyecto se encargó al arquitecto José María Yárnoz Orcoyen, fallecido en junio del pasado año 2011. El 4 de noviembre de 1951 el entonces alcalde Miguel Gortari Errea cerró simbólicamente el viejo portón e inmediatamente dieron comienzo los trabajos de derribo, a los que siguieron los de reconstrucción. Durante los dos años que duraron las obras, las dependencias se trasladaron provisionalmente al edificio que entonces ocupaba la Escuela de Artes y Oficios, en la calle Estella, esquina con la plaza del Vínculo. Hasta que el 9 de noviembre de 1953, con todo el ceremonial de las grandes solemnidades, el nuevo alcalde, Javier Pueyo Bonet, procedió a la apertura de la puerta de la nueva Casa Consistorial.

El interior del edificio, de líneas clásicas a pesar de su relativa modernidad, conserva valiosas obras de arte y diversas piezas de interés histórico procedentes del antiguo ayuntamiento, entre las que cabe señalar el monumental escudo tallado y policromado de las armas reales de la Casa de Borbón, de 1735 y procedente del Real Consejo, que preside el zaguán; la galería de retratos reales que decora la escalera principal, obra del cascantino Diego Díaz del Valle en 1797; el martirio de San Fermín, magnífica pintura de 1687 del madrileño Jiménez Donoso; los retratos de Sarasate, Gayarre y Eslava, de Salustiano Asenjo; el del rey Carlos III el Noble, pintado por Enrique Zubiri en 1923; el precioso Calvario de marfil del salón de plenos, y muchas otras obras de pintura, tallas, vidrieras y orfebrería, algunas de las cuales aparecen descritas de forma más detallada en el Catálogo Monumental de Navarra

Las Bailarinas Orientales

BAILARINAS ORIENTALES
Al ritmo de la magia

En la antigüedad, todo séquito real que se preciara viajaba acompañado de su corte y de todo aquello que pudiera hacer falta para agradar a los monarcas.

Por supuesto músicos y juglares formaban parte del cortejo, pero también danzantes y bailarinas que ejecutaban sus bailes para deleitar a sus reyes y reinas.

Sus Majestades los Reyes Magos gustan también del baile y la música en su compañía, y viniendo de Oriente, ¿quién mejor para agasajarles que Patricia Beltrán y sus bailarinas ejecutando sus bailes orientales?

Patricia Beltrán ha bailado siempre, desde que recuerda, y durante muchos años se dedicó al flamenco. Tras un curso de Danza Oriental, decidió que esa modalidad es a la que se quería dedicar, “por que es una danza que te transporta a un mundo mágico, además de mejorar mucho la autoestima, la imagen y la femineidad. Supone un trabajo físico muy intenso y muy localizado en el vientre, las caderas, la cintura y los brazos”.

Hace cuatro años que Patricia Beltrán creó su propia Escuela de Danza, en el Polígono Landazábal de Villava, en la que imparte clases de Danza Oriental, Funky Hip-Hop, Sevillanas, Bailes latinos, Flamenco, Pilates, UPA Dance para niños desde los 4 hasta los 12 años, y danza oriental para niñas a partir de 8 años. También de Aerobic Oriental, una disciplina ideada por ella, que aúna el trabajo físico propio de la práctica del aerobic con la Danza Oriental.

Dice Patricia que “con 4 años, los niños pueden comenzar a aprender a bailar, y se puede seguir bailando hasta cuando se quiera, por que no hay límite de edad para el baile. También hay mucha gente que afirma que es demasiado torpe para bailar, pero muchos lo dicen sin haberlo intentado nunca. A bailar se aprende, poco a poco, y al cabo de un tiempo se nota cómo se tiene mucha más coordinación, mucho más oído, más resistencia física”.

Música y baile a medida

Con tal nivel de experiencia y conocimiento de las danzas, sobre todo de las orientales, ¿quién mejor que ella y sus alumnas para acompañar con su ritmo a Sus Majestades? El pasado (2009) año participaron por primera vez en la Cabalgata de Pamplona.

Patricia, embarazada, lo hizo desde la carroza que porta la Jaima. El resto de bailarinas, cerca de cuarenta, acompañaron a esta carroza, organizadas en tres grupos.

Sobre esa primera experiencia, Patricia cuenta que “el año pasado partíamos de cero, no teníamos nada de nada, e intentamos encontrar un vestuario lo más adecuado y conjuntado posible. Bombachos para unas, falda y velo para otras y falda y alas de Isis para las terceras”.

No basta con la apariencia, muy importante en un cuerpo de baile, hace falta también mucha perseverancia en el ingente trabajo de preparación. Patricia emplea dos meses, ya que “antes de poder explicar en qué va a consistir nuestra actuación tengo que montar la música, y después la coreografía, que el año pasado era distinta según los tres grupos de bailarinas. Una vez que tengo ambas cosas, ensayamos estas coreografías durante dos meses, a razón de una hora y media o dos horas por semana”.

Ritmo sin pausa

Un claro ejemplo del estupendo trabajo de Patricia fue la actuación que preparó para deleitar a los Magos de Oriente y a todos los pamploneses el pasado año. Nos cuenta que “encontrar una coreografía para la Cabalgata ya resultó un trabajo interesante, ya que no se trataba de pensar y desarrollar una coreografía al uso, sino que tenía que ser una coreografía que, además de bailar permitiera avanzar, sin pausa, durante más de dos horas. Lo habitual es pensar en una coreografíaa que se baila en un lugar y durante un tiempo concretos”.

Explica Patricia Beltrán que “primero tuve que trabajar mucho el tema de la música, ya que tenían que ser varias piezas distintas, que además tuvieran la misma velocidad y que se pudieran ir enlazando unas con otras hasta crear una ‘música continua’, sin pausas. Finalmente encontré 4 o 5 canciones con la velocidad que yo buscaba, y las uní. Eso nos permitió tener un tema musical continuo que a su vez nos permi0a a todas poder llevar los mismos pasos, sin parar de bailar, avanzando a medida que avanzaba la Cabalgata. Eso supone estar dos horas sin dejar de bailar, y es un palizón. Normalmente en los espectáculos que damos no están todas las bailarinas bailando todo el rato, sino que se alternan y se bailan piezas distintas”.

La magia de la danza

“La experiencia del año pasado en la Cabalgata, asegura Patricia, fue muy buena, todo ello sin olvidar que son dos horas de baile sin parar, con 6 grados de temperatura en la calle y con un recorrido larguísimo. Fue muy cansado, pero muy satisfactorio para todas, sólo por ver las caras de los niños y de toda la gente congregada al paso de las carrozas de Sus Majestades. Tiene ese punto de magia que tanto me gusta y que también tienen para mi las danzas orientales”.

Para la Cabalgata de 2010, Patricia comenta que “tal vez seamos menos bailarinas, ya que el año pasado vimos que era muy difícil que la música acompañara al grupo que marchaba al final. En la coreografía me gustaría añadir más elementos a las danzas, y estoy pensando en incorporar sables o bastones, pero aún trabajo en ello. Lo dejaremos como una sorpresa para Sus Majestades…”.

La Plaza Consistorial

LA PLAZA CONSISTORIAL

Juan José Martinena Ruiz
Jefe del Archivo Real y General de Navarra

El hecho que inició la transformación e integración urbana de los terrenos que en época medieval existían en medio de los recintos amurallados de los tres burgos, fue la construcción de la primitiva jurería o casa consistorial. En 1423, Carlos III señaló claramente en el capítulo tercero del Privilegio de la Unión cuál había de ser su emplazamiento: “en el fosado que es ante la torr clamada la Galea, enta la part de la Navarrería”. Sin duda el rey quiso materializar con ello el espíritu del privilegio, que no fue otro que asegurar que lo que hasta entonces habían sido tres poblaciones distintas pasase a formar una sola ciudad y un solo municipio.

No obstante, la construcción de la casa no se debió de iniciar de modo inmediato, porque consta que en 1483, sesenta años después de la concesión de aqueldocumento, decisivo en la historia de Pamplona, se destinaron 300 libras a las obras de “la casa que está principiada a fraguar”.

La Plaza Consistorial con adornos Navideños (1958) (Archivo Municipal. Colección Arazuri)

Orígenes de la plaza

Por distintas noticias documentales que hemos podido localizar, parece que las murallas interiores que cerraban y separaban los tres burgos se derribaron en 1536, siendo virrey el marqués de Cañete, con el fin de aprovechar la piedra en la casa de las audiencias y en los nuevos baluartes que se estaban construyendo en el recinto fortificado exterior. Es a partir de entonces, al desaparecer la barrera que suponían los viejos muros y torres medievales, cuando la plaza fue adquiriendo un aspecto más urbano con la construcción de nuevas casas que, aunque no son las que vemos hoy, fueron configurando su perímetro.

Por la parte del burgo de San Cernin, entre la barbacana y la antigua muralla, demolidas en buena parte, se construyeron las casas que siguen la alineación de la actual calle de Santo Domingo. En el lado de la población de San Nicolás, una vez derribado el portal de la Salinería, la calle Zapatería se prolongó hasta la plaza actual y hasta la calle Calceteros. Y por la parte de la Navarrería, las casas que sustituyeron al desaparecido muro medieval, pasaron a conformar el lado este de la plaza.

Mientras tanto, dentro de este mismo proceso de urbanización de lo que antes era prado y tierra de nadie, se fue configurando también el lado norte de la plaza del Castillo – el del actual Café Iruña – con lo que el amplio espacio hasta entonces sin edificar del antiguo mercado y el chapitel quedó repartido en dos plazas: la del Castillo y la que ahora nos ocupa, que por entonces se llamaba plaza del Chapitel.

Plaza del Chapitel y mercado

La primera vez que hemos visto escrita esta denominación de plaza del Chapitel es en un proceso judicial del año 1534, en el que el fiscal acusaba a un tejero de un delito de injurias y desorden público cometido en este céntrico paraje de la ciudad.

A mediados del siglo XVI tenía lugar en esta plaza el mercado de abastos: carne, legumbres, frutas y verduras. Un plano de hacia 1580, encontrado y publicado por Florencio Idoate, anota este céntrico lugar de la Pamplona de aquella época como “plaça donde se bende la probisión”.

Por su parte, el Dr. Arazuri, en su Pamplona, Calles y Barrios, obra imprescindible para conocer la historia de nuestra ciudad, incluye la noticia de que en 1565 el Regimiento –que era como entonces se llamaba el Ayuntamiento– acordó trasladar las tablas o puestos de venta de carnes a la trasera de la casa consistorial, entre dicha casa y la iglesia de Santo Domingo, es decir, la plazuela que actualmente se denomina de Santiago.

Se compró una huerta propiedad de Antón de Caparroso para reunir allí las carnicerías, “para que estén todas juntas y los puestos donde se vendían los corderos”. De manera que a partir de ese año quedaron en la plaza del Chapitel solamente los puestos de fruta, verduras y hortaliza.

Más tarde, en 1580, se llevó a cabo el empedrado de una parte de la plaza, tarea que corrió a cargo de un tal Juan de Ardanaz. Estos trabajos de pavimentación se hacían sólo en aquellos lugares donde los regidores lo creían imprescindible.

En aquella época no hacían falta recortes presupuestarios como ahora, ya que la austeridad en el gasto fue una constante, salvo contadas excepciones, para nuestros munícipes en los siglos XVI y XVII. En 1597 se presentó un nuevo memorial “para empedrar la Plaza del Regimiento”, nombre muy apropiado, pero que no llegó a sustituir al de plaza del Chapitel.

Por su situación en el punto de confluencia de los tres antiguos burgos y por estar en ella la casa del Ayuntamiento, esta plaza era uno de los lugares más céntricos y frecuentados de la ciudad. Por ella pasaban todas las procesiones y en ella tenían lugar los principales actos civiles y muchos festejos populares.

Cuando en 1598 se celebraron en nuestra ciudad, con la mayor pompa, las exequias del rey Felipe II, los regidores convocaron a todo el vecindario a asistir a los funerales, para lo que deberían acudir previamente y, a ser posible, vestidos de luto, “a la plaza del Chapitel, delante de la casa de su Ayuntamiento”. Ese mismo año hubo en el mismo lugar funciones de comedias, a cargo de la compañía de Luis de Vergara.

Pero aquí ocurría de todo: en el Archivo de Navarra hay un pleito de una de las vendedoras de la plaza, Catalina de Ollo, contra el tejero Juan de Arraindu, por un libelo difamatorio que un día de 1609 apareció colocado en el puesto que ella atendía.

La última vez que hemos visto escrita la denominación de plaza del Chapitel es en un proceso del año 1642, sobre desalojo de una casa sita en ella.

Plaza de la Fruta y lugar de ejecución

Ya hemos dicho que a partir de 1565, año en que el ayuntamiento ordenó llevar los puestos de carnicería a la plazuela de Santo Domingo, o plaza de abajo, quedaron en la del Chapitel – también llamada plaza de arriba – solamente aquéllos en los que se vendían frutas y verduras.

Este hecho dio lugar, mediado el siglo XVII, al cambio de nombre de la plaza, que, dejando atrás la anterior denominación del Chapitel, pasó a llamarse plaza de la Fruta. El Dr. Arazuri, en su ya citada obra Pamplona, Calles y Barrios, dice que vio este nombre por primera vez en un documento de 1671, con motivo de que ese año se quemó en este lugar una colección de fuegos artificiales para celebrar el día del Corpus. Hasta en alguna ocasión se llegaron a correr toros por esos años.

Por nuestra parte, hemos encontrado una primera mención más antigua de la plaza de la Fruta en un pleito de 1658, en el que el administrador de la fundación de don Gabriel de Amasa demandó a Mariana de Hualde, viuda, y al administrador del hospital general, exigiendo el desalojo de una botiga sita en dicha plaza.

Desde que a finales del siglo XVII se empezó a aplicar en Navarra la pena de muerte en el garrote, reservando la horca para los crímenes más graves, el lugar donde se instalaba el patíbulo para esta forma de ajusticiar fue la plaza de la Fruta. Se eligió un lugar tan frecuentado porque se pretendía que las ejecuciones de reos tuvieran carácter ejemplarizante. La primera de que hay noticia tuvo lugar en 1693.

Casi siglo y medio después, en 1832, ya con una mentalidad más ilustrada, el Ayuntamiento solicitó al virrey “que se mude el sitio del suplicio de garrote, por los muchos inconvenientes de que se verifique en la Plaza de la Fruta”.

Reconstrucción barroca de la Casa del Ayuntamiento

Parece que a mediados del siglo XVIII la casa de la Jurería erigida en la segunda mitad del siglo XV se hallaba ya prácticamente en estado de ruina. En vista de ello, en abril de 1752 hubo que trasladar las sesiones del ayuntamiento a la casa del Condestable, en la Calle Mayor, en la que hasta unos años antes habían residido los obispos.

Se acordó reedificar la casa consistorial de nueva planta, iniciando las obras inmediatamente. En 1755 se comenzó a construir la fachada, según proyecto de José de Zay Lorda, que se prefirió al presentado por Juan Miguel de Goyeneta y cuyo coste se calculó en 24.000 reales.

Para el ático o remate del frontis se siguió la traza firmada por Juan Lorenzo Catalán. Las estatuas de la Justicia y la Prudencia, que flanquean la puerta, así como la alegoría de la Fama y los hércules y leones del remate, los hizo el escultor José Jiménez, que cobró por su labor 9.000 reales. Las rejas y balconaje, así como toda la cerrajería, fueron obra de Salvador de Ribas, a quien se pagaron 34.000 reales. Este mismo maestro instaló el reloj en 1774. La escalera, la media naranja y la linterna las construyó el maestro albañil José Marzal, vecino de Tudela.

El 23 de enero de 1760 se acordó el traslado de la corporación y de los servicios municipales a la nueva casa, “y que las argollas o picotas se pongan en el segundo suelo del frontis principal, en los dos costados del balcón donde tañen los clarines, para ejecutar las penas que de esta calidad se impusieren”. Es decir, que en esa fecha aún se seguían aplicando penas infamantes.

Como luego veremos, aquella noble construcción barroca, que lucía el empaque de los palacios de la época, fue demolida a finales de 1951, respetando únicamente la fachada, que es la que hoy ennoblece y da carácter a la actual Casa Consistorial.

Otras noticias del siglo XVIII

Según las ordenanzas municipales aprobadas el año 1772, la limpieza y aseo de la plaza corría a cargo de las panaderas, fruteras y recarderas que en ella tenían sus puestos, y también de las personas que tenían arrendadas las tiendas y botigas que la rodeaban.

Estas últimas debían barrer “desde el umbral de sus puertas hasta la primera línea de piedras taladradas, que sirven para afirmar los palenques y balanzas de que usan las fruteras”.

Las panaderas y fruteras debían hacerlo en el resto de la plaza, “depositando el escombro, mondas y desperdicios que recogieren con la escoba en el paraje que a este propósito se ha señalado en la misma plaza, para que a la hora en que ha de estar barrido, lo saque el carro de la limpieza”.

Unos años después, cuando a una con el proyecto de la traída de aguas de Subiza se encargó al pintor madrileño Luis Paret el diseño de las nuevas fuentes públicas que se trataba de instalar en la ciudad, uno de los lugares señalados para contar con una de ellas fue precisamente la plaza de la Fruta. Así se puede ver en los dibujos que entregó en 1788, que se guardan en el Archivo Municipal. Finalmente esta idea no se llevó a cabo, y la fuente en forma de obelisco que se había pensado para este lugar se acabó construyendo en la plaza de las Recoletas, donde continúa en la actualidad.

Otro proyecto que tampoco se llegó a realizar fue el de erigir en el centro de la plaza, frente a la Casa Consistorial, una estatua ecuestre –hubiera sido la única de este tipo en nuestra ciudad- en honor del general inglés duque de Wellington, cuyas tropas tomaron parte en 1813 en la liberación de Pamplona, ocupada por los franceses desde mayo de 1808.

De plaza de la Fruta a plaza Consistorial

Una completa descripción de la Pamplona, remitida por la ciudad a la Real Academia de la Historia en junio de 1801, dice de esta plaza lo siguiente: “La Plaza llamada de la Fruta, al frente de la Casa de Ayuntamiento, consiste en un cuadrilongo de ochenta varas de longitud y veinte y seis de latitud, y sin embargo de su corta capacidad, en esta plaza, que ocupa el centro de la ciudad y se halla contigua a la Alhóndiga de la Casa de Ayuntamiento y a la casa inmediata del Pósito, que tiene un gran patio titulado Plaza de Abajo, se celebran con el conjunto de todo los mercados y se hace la venta perenne de carnes, pescados, legumbres, verduras, frutas, caza y otros abastos”.

Medio siglo después, Pascual Madoz, en su Diccionario Geográfico, ponderaba la comodidad del sitio, “merced al excelente arreglo de los puestos y al orden que se manda observar”. No debía de opinar lo mismo el Ayuntamiento, el cual, creyendo sin duda que los tenderetes restaban empaque y solemnidad a la plaza, acordó en 1864 trasladarlos al mercado de la plazuela de Santo Domingo; lo mismo que tres siglos antes habían hecho los regidores de entonces con las tablas de los carniceros. “Que se quiten los tinglados existentes en la Plaza de la Fruta – dice la resolución municipal-, a fin de que ésta quede completamente desembarazada”.

Dos años más tarde, dado que después de ese traslado, la antigua denominación de Plaza de la Fruta ya no respondía a la realidad, en la sesión municipal del 27 de junio de 1866, se acordó sustituirla por la de Plaza Consistorial, nombre que se ha mantenido oficialmente hasta la actualidad; que no Plaza del Ayuntamiento, como la siguen llamando muchos pamploneses.

Un curioso proyecto de uniformar la plaza En 1945 saltó al primer plano de la actualidad pamplonesa un curioso proyecto, que pocos pamploneses conocen, que consistía en transformar el aspecto tradicional de la plaza, con sus casas de diferentes alturas y fachadas variopintas, para convertirla en esa plaza mayor a la española, que Pamplona nunca tuvo, con casas de la misma altura y aspecto uniforme, rodeando la Casa Consistorial. Su autor fue un prestigioso arquitecto de aquella época, Eugenio Arraiza, que fue concejal y teniente de alcalde en más de una legislatura por los años 40 y 50. Aquel proyecto, que nunca llegó a realizarse, no estaba mal concebido. Desde luego era una completa falsificación de la realidad y de la historia de la plaza, pero una falsificación bonita.

A quien no debió de convencerle fue a Angel María Pascual, quien en una de sus incomparables Glosas a la ciudad –la del 15 de febrero de 1947- escribió este párrafo: “…El edificio del ayuntamiento debe ampliarse, pero no tragarse las casas del entorno. Porque su mayor encanto está en su contraste de casa gremial, de mueble barroco, de tallado reloj de pared, en medio de las fachadas deliciosamente vulgares de esas tiendas bajitas con olor de recatada artesanía”.

Hay que decir que medio siglo antes, en 1898, cuando se reconstruyó en su forma actual la casa que hace esquina con la calle Calceteros, se habló de la posibilidad de corregir la irregularidad que presenta la planta de la plaza, haciéndola rectangular a costa de dejar libre el solar de dicha casa y el contiguo, derribando la casa que hace esquina con Mercaderes, donde hoy está la tienda de Gutiérrez, fundada en 1840.

Construcción de la actual Casa Consistorial

Por esos años -1950- nadie dudaba de que el edificio municipal levantado a mediados del siglo XVIII resultaba ya insuficiente y poco funcional. La ciudad había crecido mucho desde entonces y las dependencias destinadas a oficinas y otros servicios seguían siendo las mismas, con ligeras modificaciones.

Por fin, tras muchas y largas deliberaciones, los munícipes decidieron la demolición del antiguo y noble caserón barroco -del que solamente se respetó la fachada-, y su sustitución por un edificio de nueva planta, cuyo proyecto se encargó al arquitecto José María Yárnoz Orcoyen, que falleció en junio de este año 2011. El 4 de noviembre de 1951 el entonces alcalde Miguel Gortari cerró simbólicamente el viejo portón e inmediatamente dieron comienzo los trabajos de derribo. Dos años más tarde, el 9 de noviembre de 1953, el nuevo alcalde Javier Pueyo procedió a la apertura de la puerta de la nueva Casa Consistorial.

La última intervención importante en esta plaza fue la construcción de la casa del Área de Sanidad en el solar de la antigua Casa Seminario, que con otra contigüa se puede contemplar en la foto de la derecha y que es el mismo que hasta 1536 ocupó la imponente torre medieval de la Galea, en la muralla del burgo de San Cernin, desde la que en el siglo XIV se despeñaba a los condenados a la pena capital.

La Calle Mercaderes

LA CALLE MERCADERES

Juan José Martinena Ruiz
Jefe del Archivo Real y General de Navarra

Originariamente, y hasta comienzos del siglo XX, esta calle tenía en toda su longitud la misma anchura que tiene en su tramo inicial, es decir, el más próximo a la plaza Consistorial, donde hasta no hace mucho estuvo Casa Unzu. Ello era debido a que en el amplio espacio libre que ahora existe delante de los bares Iruñazarra y Mentidero, y del reciente Mmuseo del Encierro, existió desde tiempo inmemorial una pequeña manzana de casas, de planta trapezoidal, que por su fachada principal prolongaba un tramo más la calle Chapitela, y de sus fachadas laterales, una hacía llegar la calle Calceteros hasta la esquina de Estafeta, mientras que la otra guardaba la alineación del tramo inicial de la calle Mercaderes hasta esa misma esquina.

La antigua rúa mayor de la Navarrería

Cuando en junio de 1324 el rey Carlos el Calvo otorgó desde París el privilegio para la reconstrucción de la Navarrería, destruida por un ejército francés en la guerra de los burgos de 1276, una de las calles que entonces se trazaron fue la que luego se llamó rúa mayor de la Navarrería, que iba “de portali populationis usque ad Sanctam Mariam, directa via”. Lo que, traducido al lenguaje actual, quiere decir desde el portal que salía a la población de San Nicolás hasta la Catedral de Santa María. De modo que en ese tiempo lo que ahora son las calles Mercaderes y Curia formaban una sola calle; que por cierto estaba considerada de las principales y como tal, los que adquiriesen solares en ella debían pagar al rey el censo correspondiente a la primera categoría, que suponía seis dineros al año por cada codo que midiese la fachada que daba a la vía pública.

Años más tarde, en 1350, en el llamado Libro del Monedaje, la rúa mayor de la Navarrería aparece ya bifurcada en dos ramificaciones: “la rúa mayor ysent de la poblation”, con 43 fuegos u hogares y “la rúa mayor ysent del portal del borc”, con 23. Parece claro que esas dos ramificaciones se corresponden con las actuales calles de Calceteros y Mercaderes. La primera de ellas conducía al portal de la población de San Nicolás y la segunda hacia el portal del burgo de San Cernin. En 1365, el extremo de la calle que hoy nos ocupa, que daba hacia la parte del burgo, se vio afectado por las obras de fortificación que ordenó ejecutar el rey Carlos II de Evreux, apodado “El Malo” por algunos historiadores. Así lo recoge puntualmente el registro de comptos de ese año, cuando incluye la noticia de que algunas casas pertenecientes a esta rúa “son destruytas pora fazer la taiada”, es decir, que fueron derribadas para trazar o reforzar la muralla de la ciudad en ese tramo. Parece que el derribo afectó a las casas más desprotegidas, situadas fuera de la propia muralla, porque el mismo registro añade la noticia de que por entonces la calle se prolongaba “del portal del burgo en fuera”.

La Cruz del Mentidero

El punto donde iniciamos nuestro recorrido como lo hace el Cortejo Real, es decir saliendo de la calle Navarrería y marchando en dirección a la Plaza Consistorial, fue siempre, como lo es hoy todavía, una encrucijada de calles, donde confluyen nada menos que cinco: Mañueta, Navarrería, Curia, Calderería y Mercaderes. Entre esta confluencia y la embocadura de la calle Estafeta existía una especie de plazoleta, que en la época medieval se conocía como el Cairefort o Calleforte de la Navarrería, y más tarde, ya en el siglo XVI, como el Mentidero, porque parece ser que constituía el punto de encuentro y de conversación de las gentes del barrio.

Por eso mismo, por ser un lugar tan frecuentado, se instaló allí la picota o piloric –lo que en Castilla llamaban rollouna columna o pilar de piedra en la que se ejecutaban algunos castigos afrentosos, como era el de la exposición de los ladrones y malhechores a la vergüenza pública. Según un documento conservado en el archivo de la Catedral, parece que ya en 1275, antes de la destrucción de la Navarrería por las huestes de Eustaquio de Beaumarché, ya existía en este lugar el citado pelleric. No sabemos desde cuando, posiblemente a raíz de la reconstrucción de 1524, la antigua picota adquirió la forma de crucero, al añadirle en su remate una cruz.

En una carta de donación de Carlos III el Noble a su servidor Jaquemín Lois, del año 1390, se cita ya “la cruz de la Navarrería, cerca nuestro Chapitel”. Otro documento de 1460 se refiere a una casa de esta calle entonces rúa mayor, cuya delantera daba “al cairefort de la Navarrería, donde está la cruz”. Y aún hay otro de 1466 que habla de “una botiga que sale a la plaza delante de la cruz”.

El año 1500 aquella antigua cruz, que por su antigüedad debía de encontrarse muy deteriorada, fue sustituida por otra, actualmente emplazada en el Redín, junto al mesón del Caballo Blanco, en cuyo fuste lleva una cartela con la siguiente inscripción: A HONOR Y REVERENCIA DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO Y DE LA VIRGEN MARÍA FICIERON FAZER ESTA CRUZ GARCÍA DE LANZAROT, MERCADER VECINO DE PAMPLONA Y JOAQUINA MARTÍN DAOIZ, SU MUGER, LA QUOAL FUE PUESTA A CINCO DE NOVIEMBRE DE MIL QUINIENTOS.

Según contaba el que fuera Archivero Municipal Vicente Galbete, en abril de 1842, por motivos más jacobinos que jacobeos, el Ayuntamiento acordó trasladar la cruz al cementerio, donde permaneció más de un siglo casi olvidada, y donde en cierta ocasión y para colmo de males le cayó encima un árbol que mutiló su remate, del que desgraciadamente se perdieron varios fragmentos.

En 1961, mediante un nuevo acuerdo municipal, fue restituida a su antiguo barrio y colocada, como ya hemos dicho, junto al mesón del Caballo Blanco, donde todavía puede verse, aunque sin la cruz de su remate. Fue entonces cuando, según testimonio de Elías Martínez de Lecea, para recordar su primitiva función como picota, se añadieron unas viejas cadenas a la antigua abrazadera de hierro con argollas que todavía conservaba y conserva hoy en la parte superior del fuste de piedra, un poco más abajo del capitel.

Calle de los mercaderes

Según dice J. Joaquín Arazuri en su obra Pamplona, calles y barrios, en el siglo XVI y buena parte del XVII, el nombre del Mentidero sirvió para designar a toda la calle que hoy nos ocupa. Y sólo a partir de la segunda década del siglo XVIII se empezó a utilizar la actual denominación. Por nuestra parte, la primera vez que hemos encontrado el nombre de calle Mercaderes es en un proceso del año 1682, en el que Martín de Echenique demandaba a Miguel de Hualde y Gamio, mercader y regidor de la ciudad, que le estaba debiendo 2.364 reales por el arriendo de una casa en esta calle.

Ése y otros muchos procesos y documentos nos confirman que cuando menos desde el siglo XVI vivían en ella numerosos comerciantes y mercaderes, con sus correspondientes tiendas o botigas, como se decía antiguamente que con su presencia y actividad acabaron por darle su antigua y castiza denominación gremial.

Casas con escudo de armas

Esta calle conserva todavía varias casas blasonadas, cuyos escudos de armas corresponden a distintas familias hidalgas que las habitaron en otro tiempo, sobre todo en el siglo XVIII. Por entonces tenía algunas más, que desaparecieron con el paso del tiempo. En el lado de los pares, en el número 18, se puede ver un escudo actualmente repintado, que originariamente perteneció a los Imbuluzqueta. En el lado de los pares se pueden admirar cuatro, dos de ellos picados porque así lo mandaban las leyes del Reino cuando una casa se vendía y el nuevo propietario no tenía la condición o calidad de noble.

El de la casa número 9, que muestra el ajedrez del Valle de Baztán, corresponde a don Martín Ramón de Echegaray, que ganó su sentencia de hidalguía en 1815. Es de estilo neoclásico y por su fecha uno de los últimos que se pusieron en Pamplona. Antiguamente existió en su solar la casa principal del mayorazgo de los Marcilla de Caparroso, una de las familias más antiguas, ricas e influyentes de la ciudad, con capilla, altar y panteón propios en la catedral.

El escudo de la casa número 7, de estilo rococó y picado desde hace muchos años, lucía también el ajedrez baztanés y perteneció a don Juan Bautista de Ciga y Ciganda, que obtuvo su ejecutoria en 1775. La casa número 5, aunque curiosamente no luce escudo alguno, posee una bonita fachada de estilo barroco, con medias bovedillas de lunetos en el alero.

La siguiente, número 3, ostenta en su frontis una de las labras heráldicas más hermosas de nuestra ciudad, que muestra las armas combinadas de los linajes de García Herreros y Leoz, porque allá por el año 1775 pertenecía a don Fernando Antonio GarcíaHerreros y Villava, cuya sentencia de hidalguía data de 1771, y a doña Fermina de Leoz y Apesteguía, su mujer, también ella de condición hidalga.

Por último, la casa número 1, que hace esquina con la Plaza Consistorial, presenta un escudo bastante más antiguo, actualmente picado, pero que en su tiempo llevó labradas las armas de don Gabriel de Amasa e Ibarsoro, acaudalado comerciante natural de Lesaca avecindado en Pamplona, que ganó su ejecutoria en 1592. Hombre muy piadoso, fue el fundador del convento de capuchinos de extramuros, en cuya iglesia dispuso ser enterrado, como así se hizo a su muerte, acaecida en 1634.

Calle de doña Blanca de Navarra

En la sesión municipal del 26 de julio de 1913, el Ayuntamiento acordó adquirir por la cantidad de 81.250 pesetas la manzana de casas que, como hemos dicho al principio, separaba esta calle de la de Calceteros, con el fin de demolerlas y dar mayor amplitud y luz a esta céntrica parte del casco antiguo. A la parte de Mercaderes tenía dos portales, que llevaban los números 12 y 14. La manzana entera, que era conocida como la casa de Viscor, pertenecía en 1774 a la fundación de Zozaya y más tarde a don Juan Ángel Sagasti.

Tras su derribo, que se llevó a cabo a comienzos de 1914, la calle ganó en amplitud y luminosidad y las casas que hoy llevan los números 6, 8 y 10, que antes pertenecían a Calceteros, pasaron a formar parte de la calle Mercaderes. Poco después, con fecha 22 de marzo de 1916, a propuesta del teniente de alcalde don Fernando Romero, el consistorio acordó dar a la calle recientemente ampliada y embellecida, el nombre de doña Blanca de Navarra.

Y como recoge puntualmente J. Joaquín Arazuri en su Pamplona, calles y barrios, aquella denominación se mantuvo en uso oficialmente hasta el año 1972, en que la Corporación Municipal, en sesión del 29 de febrero, acordó recuperar el antiguo y castizo nombre, que muchos pamploneses nunca habían dejado de utilizar.

Esta calle es una de las más conocidas, en España y en buena parte del mundo, debido a que es una de las que recorren mozos y toros en los emocionantes encierros de las mañanas sanfermineras.

También pasan por ella desde tiempo inmemorial las procesiones del Traslado y el Retorno de la Virgen Dolorosa, Viernes Santo, el Corpus y San Fermín. Todo ello, unido a los numerosos bares y comercios con que cuenta, hacen de la calle Mercaderes una de las más animadas y populares del casco antiguo.

La Calle Navarrería

LA CALLE NAVARRERÍA

Juan José Martinena Ruiz
Jefe del Archivo Real y General de Navarra

Cuando en 1324 el rey Carlos el Calvo otorgó desde París el privilegio para la reedificación de la Navarrería, que se hallaba destruida y despoblada desde la guerra de los burgos de 1276, las nuevas calles que se habían empezado a trazar fueron clasificadas en tres categorías, según lo que en ellas se debía pagar de censo por cada codo de fachada hacia la vía pública. Una de las de primera categoría, en la que se debía pagar seis dineros por codo, era la calle “de hospitali Sanc/ Michaelis usque ad Sanctam Ceciliam”; es decir, la que iba desde el hospital de San Miguel hasta la basílica de Santa Cecilia. Así nació, o mejor renació, la actual calle Navarrería, que durante mucho tiempo, incluso ya antes de la destrucción de 1276, se llamó rúa de Santa Cecilia.

Si, como parece, el desaparecido hospital de San Miguel estuvo en el solar de la actual sede del INAP y del Departamento de Cultura y Turismo, y conociéndose con seguridad el emplazamiento que ocupó la también desaparecida iglesia de Santa Cecilia, creemos que esta iden7ficación es la correcta. En 1350, según el llamado Libro del monedaje, se contaban en esta rúa trece fuegos, es decir hogares o casas habitadas. En 1427 no aparece en el libro de fuegos; posiblemente habría sido incluida en la vecina en la vecina rúa de los Peregrinos, que era la actual calle del Carmen.

La primera vez que hemos encontrado citada la calle con su nombre actual es en dos procesos judiciales del año 1532. Uno de ellos lo litigó Juan de Elizondo, oidor o juez de finanzas de la Cámara de Comptos, contra la viuda de Juan de Zozaya, recibidor que fue de la merindad de Sangüesa, por la posesión de dos casas en esta calle. El otro lo inició el mercader Arnal de Casanova contra Antón de Caparroso, reclamando que se procediera a la ejecución de su casa por el impago de una deuda de 3.300 libras. Un año después tuvo lugar otro pleito de Isabel de Eguiarreta contra don Juan de Larrasoaña, señor de Mendillorri, por la restitución de otra casa.

A lo largo del siglo XVI aparecen en otros procesos los nombres de los dueños e inquilinos de otras casas de esta calle, de profesiones y oficios muy diversos: nobles como el vizconde de Zolina don Jerónimo de Garro o el palaciano de Burlada; abogados, como el licenciado Aoiz o el licenciado Gúrpide; miembros del cabildo de la catedral, como el arcediano de Santa Gema; curiales como Martín de Zunzarren, secretario del Real Consejo; ensambladores y architeros como Pedro de Contreras o Juan de Azoz; gremios como el de los zapateros, e incluso un soldado de la compañía del capitán Vázquez de Prada.

Más tarde, a finales del siglo XVIII, vivía en esta calle el licenciado don Miguel Pascual de Nieva, uno de los abogados de mayor prestigio de la ciudad, que habitaba la casa que hoy lleva el número 9, donde años más tarde se establecería el impresor y librero Paulino Longás. No muy lejos, en el actual número 15, estuvo otra librería e imprenta: la de Gadea. En la misma casa vivía en 1823 Fiacro Iráizoz, que debía de ser el padre del popular escritor del mismo nombre, autor de los conocidos versos dedicados a los gigantes de Pamplona.

Aún hubo por aquí una tercera imprenta, la de Joaquín Domingo, que estuvo donde hoy está la casa número 27. En la casa número 13 vivía hacia 1833 doña Pancracia Ollo, la esposa del general Zumalacárregui.

Otros vecinos conocidos que vivieron en esta calle a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX fueron, entre otros el prestigioso cirujano don Lorenzo Mariategui, el platero Bernardo Castañeda, el maestro de obras Manuel Larrondo, el tesorero de las rentas reales de tablas y del tabaco don Xavier Berroeta y el fiscal del tribunal eclesiástico de la Curia don Miguel Antonio de Osambela.

La casa-palacio del marqués de Rozalejo

Esta calle se ve ennoblecida con la presencia de cuatro casas blasonadas. Si la recorremos en el sentido en que lo hace la Cabalgata, que es el inverso al que sigue la numeración de los portales, la primera que nos encontramos es la señorial casona del marqués de Rozalejo, que originariamente fue la casa principal del mayorazgo de los Guendica.

La mandó construir en 1739 un ilustre militar bilbaíno, el teniente general y caballero de la Orden de Santiago don Luis de Guendica y Mendieta, casado con la pamplonesa doña María Ignacia de Aldunate y Martínez de Ujué. No llegó a vivir en ella, porque por su profesión estuvo siempre destinado fuera de Pamplona. Sí que la habitó su hijo don Francisco Ignacio Guendica y Aldunate, también militar, que alcanzó el grado de mariscal de campo, desde 1790 hasta su fallecimiento en 1801. De él pasó a su sobrino don Fernando María Daoiz y Guendica, teniente general de la Real Armada y caballero de la Orden de Calatrava. Al morir éste en 1808, recayó en su hijo don Policarpo Daoiz y Sala, quien años después heredó también el título de marqués de Rozalejo, que le fue otorgado por Carlos IV en 1801 a su tío don Félix María de Sala y Hoyos, alférez de navío de la Real Armada y caballero de Santiago. Le sucedió su hijo don Fernando Daoiz y Argaiz, que fue alcalde de Pamplona y hoy tiene dedicada una calle del Primer Ensanche: la calle del marqués de Rozalejo.

La elegante fachada barroca, construida toda ella en piedra de sillería, conserva en el remate de su frontis una hermosa labra heráldica que ostenta en escudo cuartelado las armas de los apellidos Guendica, Aldunate, Martínez de Ujué y Mendieta. El edificio, actualmente muy degradado, necesita una completa restauración.

Otras casas con escudo de armas

Un poco más adelante, en la misma acera en dirección a la calle Mercaderes, la casa que hoy lleva el número 13 luce en su fachada un escudo picado, que antiguamente llevaba labradas las armas de la nobleza colectiva de los naturales del valle de Larráun, porque un originario de este valle, don Pedro José de Oteiza y Larráyoz, casado con doña Manuela de Urdániz, ganó su ejecutoria de hidalguía en 1764 alegando ser descendiente de la casa llamada Loyzat, síta en el lugar de Huici.

Casi enfrente, ya en la plazuela que se llamó antiguamente de Zugarrondo, la casa que lleva el número 8 ostenta el escudo con las armas de los linajes de Lanz y Repáraz, que mandó poner su dueño don José Joaquín de Lanz y Repáraz cuando en 1775 ganó su ejecutoria alegando ser originario de la casa llamada Garaicoechea en el pueblo de Lanz. Por último, volviendo a la acera de los impares, la casa del número 5, casi ya en la esquina con Mañueta, lleva el escudo de los Gainza, porque su dueño don Fermín de Gainza y Lanz obtuvo sentencia de hidalguía en 1757, como descendiente de casa Esteribarena de Yábar, en el valle de Araquil.

La fuente de Santa Cecilia

En la plazuela triangular que forma esta calle delante de la fachada del palacio de Rozalejo y que antiguamente se llamó de Zugarrondo por el olmo que existió en ella, se halla situada la fuente de Santa Cecilia.

Es una de las cinco que diseñó para nuestra ciudad en 1778 el pintor madrileño Luis Paret y Alcázar, de las que aún se conservan, además de esta, la de Neptuno en la plazuela del Consejo y la de Recoletas, en la plaza del mismo nombre.

Se llama de Santa Cecilia porque su primitivo emplazamiento fue delante de la basílica de dicha advocación, que como luego diremos estuvo situada en la esquina de la calle Navarrería con la de Curia. Tras la desaparición de aquella iglesia, la fuente permaneció allí hasta el año 1913, en que fue trasladada al lugar actual.

Es de piedra de sillería, de estilo academicista, con tres pilas en forma de concha y encima un cuerpo cilíndrico dividido verticalmente en tres caras o frentes por una decoración clasicista de guirnaldas, que exorna también cada uno de los tres caños. La bonita composición, proporcionada y armónica, remata en un jarrón imperial. Con la fachada barroca de la casa señorial como telón de fondo, compone una estampa netamente dieciochesca.

Antes de la construcción de la fuente, que se inauguró en 1790, había en esta plazuela un pozo, a la sombra del olmo al que antes nos hemos referido. Aquel pozo contaba con una tapa de hierro que los mayorales del barrio cerraban con llave todas las noches desde el toque de oración hasta el alba.

Por unas cuentas municipales de la época, sabemos que en 1639 se pagó a dos empedradores 60 reales “por 15 brazadas que han empedrado en la calle de la Navarrería, junto al olmo”. Años más tarde, en 1680, Juan de Zariquiegui cobró 34 reales y 18 maravedís “por el empedrado que ha hecho en la plazuela del árbol de la Navarrería”.

Una crónica más antigua, de cuando pasó por Pamplona Isabel de Valois, la prometida de Felipe II, en 1560, dice que uno de los lugares por donde pasó el cortejo fue “el árbol de la placeta de la Navarrería, delante de la casa de Orisoain…”

La desaparecida basílica de Santa Cecilia

Aquella iglesia, que fue demolida a mediados del siglo XIX, era muy antigua, ya que sus orígenes se remontan hasta el siglo XI.

El rey Sancho el Mayor la donó a Leire allá por el año 1032, pero como ello dio lugar a discordias de los monjes con el obispo y el cabildo, un siglo más tarde García Ramírez el Restaurador la permutó con el monasterio por otros bienes y se la dio al obispo don Sancho, quedando desde entonces vinculada a la Catedral.

Estaba situada junto a la primitiva muralla de la Navarrería, hasta que en 1189 el rey Sancho el Sabio permitió edificar casas rebasando aquella línea en contra de los privilegios del vecino burgo de San Cernin. Sabemos que en la fachada de la basílica había un escudo de piedra con las armas reales de Francia y de Navarra, cadenas y flores de lis, lo que parece indicar que habría sido reedificada a finales del siglo XIIIo comienzos del XIV, debido posiblemente a que habría sido destruida, como todo el barrio, en la cruenta guerra civil de los burgos de 1276.

Mucho tiempo después, en 1575, fue derribada por el ayuntamiento para construir una fuente pública, lo que dio lugar a un ruidoso pleito con los mayorales y vecinos de la Navarrería, que sin licencia municipal iniciaron su reconstrucción en 1583, porque decían que por su céntrica ubicación era muy frecuentada por los vecinos y por todos los que acudían al mercado.

Además, ellos celebraban sus juntas en la casa aneja, en la que todos los años, por Pascua, elegían al prior del barrio. Al final, los regidores acordaron hacer la fuente adosada a la pared de la iglesia, donde se mantuvo hasta que en 1790 se inauguró la fuente neoclásica. A raíz de la ley de Desamortización, la basílica fue cerrada al culto en 1840, destinándola a almacén, y en 1852 fue demolida para levantar en su lugar la casa que hace esquina con la calle Curia.

Tenía un retablo barroco de 1747, obra de Tomás Font y José Ferrer, que vino a sustituir a otro renacentista, que hizo Nicolás Pérez en 1562. Poco antes de la demolición, se llevó a la capilla de la Inclusa. El Cristo que había en la fachada fue colocado en la casa de la calle Mañueta que hace esquina con Mercaderes y la imagen de Santa Cecilia, de lo poco que se salvó del derribo, la conserva el Orfeón Pamplonés, que la honra todos los años con misa solemne el día de su festividad.

Como esta serie de artículos pretende ofrecer al lector la historia de las calles que recorre la Cabalgata de los Reyes Magos en la tarde del 5 de enero, no nos hemos ocupado del otro tramo de la calle Navarrería, el comprendido entre la fuente de Santa Cecilia y el atrio de la Catedral, porque por él no pasa el alegre cortejo que despierta la ilusión de los niños pamploneses.

De esta parte diremos únicamente que el edificio que hoy sirve de sede al Departamento de Cultura y Turismo y al Instituto Navarro de Administración Pública fue construido en 1865 para Instituto Provincial de Segunda Enseñanza, y cuando éste se trasladó en 1944 a la plaza de la Cruz, fue destinado a Escuela de Comercio, más tarde Escuela Universitaria de Empresariales.

Hasta la Ley de Desamortización de Mendizábal en 1835 ocupó su solar la casa del canónigo hospitalero de la Catedral, que tenía anejo un modesto hospital cuyos orígenes se remontaban al siglo XII.

Otras casas de esta zona alta de la calle pertenecían a distintos canónigos del cabildo catedralicio. Tras ser incautadas y enajenadas por el gobierno liberal como bienes nacionales en virtud de las leyes desamortizadoras, serían reedificadas por sus nuevos propietarios entre los años 1840 y 1860.

En nuestro libro «La Pamplona de los burgos y su evolución urbana» la incluimos como la rúa de la Pitancería, una prolongación o anejo del cercano barrio de la Canonjía. El Dr. Arazuri en su Pamplona, calles y barrios, que recoge noticias de un documentado trabajo publicado por Pedro García Merino en la revista gráfica “Pregón” en su número de San Fermín de 1965, dice que en el siglo XVIII era conocida como calle de la Ración, que viene a ser como una versión modernizada del antiguo nombre medieval.

La Calle del Carmen

LA CALLE DEL CARMEN

Juan José Martinena Ruiz
Jefe del Archivo Real y General de Navarra

La primera calle que recorren Sus Majestades, una vez atravesada la última de las puertas del Portal de Francia o de Zumalacárregui, es la calle del Carmen que debe su nombre al convento de carmelitas calzados que existió en ella desde mediados del siglo XIV hasta la Desamortización de Mendizábal en 1836.

Rúa de los peregrinos

Se llamó en época medieval rúa de San Prudencio o de los Peregrinos.

En la carta de repoblación de la Navarrería de 1324 se menciona la iglesia de San Prudencio, situada «en el camino por el que van los caballos a beber». Al extremo de ella se abría el portal de la muralla llamado por esa razón del abrevador.

En el compto del rector de Baigorri, comisionado para la reedificación del barrio, que se hallaba destruido desde la guerra de los burgos en 1276, consta que en esta rúa –a la que el documento denomina «uico pelegrinorum »- se fijó el censo anual que se debía pagar al rey en seis dineros por cada codo de fachada a la vía pública. Se indica en la cuenta –en latín- que «en aquellos solares que están hacia el portal no vinieron pobladores a edificar en ellos».

En el libro del Monedaje de 1350, la «rua dels pelegrins» figura con 49 fuegos, es decir 49 hogares o casas habitadas. En un documento de 1366, tratando de indicar las afrontaciones del Palacio real, también llamado de San Pedro –el actual Archivo de Navarra-, restituido al obispo de Pamplona por el rey Carlos II, se expresa que eran éstas: «de la part de orient con ciertas casas que salen a la grant cairrera de Sant Prouenz o de los frayres del Carmen », aludiendo claramente a las traseras de la calle del Carmen que hoy forman un lado de la calle de Barquilleros. En el libro de fuegos de 1427, no aparece, al menos no con ese nombre, lo cual hace pensar que tal vez la hubiesen contado junto con la Rúa Mayor, que aparece con la cifra un tanto elevada de 147 fuegos.

Confirmaría esta suposición el dato de que en un documento de 1384 llega a llamársele “rúa mayor de los Peregrinos” y en otro de 1406, “la gran rúa de la Navarrería”. Otro documento que demuestra la identificación de esta rúa de los Peregrinos con la actual del Carmen, es una orden de Carlos III en 1392, por la cual enfranquece las casas y huerto que fueron de Sancho el Meoz, sitas en la Navarrería, en el barrio llamado de los Peregrinos, frente a la casa de la orden de Santa María del Carmen. Las casas las había donado a la Mitra Carlos II a petición del obispo don Bernart de Folcaut. Confirmando el dato de que las traseras de un lado de esta rúa salían hacia el palacio de San Pedro, encuentro otro instrumento, éste de 1418, por el que Carlos III ordena comprar y pagar una casa en la rúa de los Peregrinos, afrontando con casas del deán de Tudela y de María García, y por detrás, con el jardín de la casa del obispo, donde se alojaba el rey.

Conservaba el nombre de rúa de los Peregrinos en 1513. Pero ya en 1554 he visto un proceso en el que se hace referencia a la calle del Carmen, que a finales del siglo XVI acabaría desplazando completamente a la antigua denominación medieval, históricamente vinculada a las peregrinaciones a Santiago.

El convento del Carmen Calzado

Aunque no queda ya ningún pamplonés que lo hubiera conocido en pie, formó parte esencial de esta calle durante más de cinco siglos. Estuvo situado nada más entrar por el portal de Francia, a la izquierda, en lo que hoy son los números 34 y 36.

Fundado al principio fuera de la muralla medieval de la Navarrería, se trasladó más tarde a la rúa de los peregrinos. La bula papal dando licencia a la traslación data de 1355. Se trabajaba en su construcción en 1366, empleando parte de los materiales de la demolición del antiguo y en 1374 Carlos II destinó a las obras los bienes confiscados al deán de Tudela don Juan Cruzat, que por entonces cayó en desgracia del rey.

Aquel convento sería reedificado hacia 1600. En su iglesia radicaban varias cofradías de la ciudad, como la de la Vera Cruz, que más tarde se trasladaría a San Francisco, la de San José, la de San Cosme y San Damián, que era la de los médicos y cirujanos y la del Santo Cristo, de los curiales. Suprimido el convento en 1836, a raíz de la Desamortización de Mendizábal, fue cedido al Ramo de Guerra en 1842 y destinado primero a Hospital Militar y más tarde a cuartel y almacén.

El retablo mayor de su iglesia preside actualmente la antigua capilla del Museo de Navarra y otros retablos laterales se pueden ver en la parroquia de San Agustín. En 1898, el antiguo edificio conventual fue cedido a la ciudad y derribado pocos años después.

En su solar se alza un edificio de viviendas, levantado en 1968.

Casas con escudo de armas

Todavía hoy existen en esta calle media docena de casas que lucen aún en su fachada labras heráldicas con viejos escudos de armas que siguen pregonando con su lenguaje de piedra la nobleza de quienes fueron sus propietarios hace ya más de dos siglos.

La casa número 9 ostenta el escudo de los Gaztelu. Su dueño, don Roque Jacinto de Gaztelu y Sarasa, probó su nobleza para obtener el privilegio del asiento en las Cortes de Navarra en 1697.

La número 10 lleva el escudo de los Larreta. A finales del siglo XVIII la ocupaba don Eleuterio Bruno de Larreta, que obtuvo su sentencia de hidalguía en 1790.

La número 22 luce las armas de los Ezpeleta, ilustre familia a cuyo mayorazgo pertenecían numerosas casas de la ciudad, entre ellas la número 65 de la Calle Mayor, con su señorial fachada barroca.

La número 25 guarda dentro de un antiguo mirador acristalado el escudo abacial del monasterio de Urdax, al que perteneció hasta la Desamortización de Mendizábal. En ella vivió algún tiempo el valiente general don Tomás Zumalacárregui, que salió de ella un día de 1833 para ponerse al frente de los ejércitos carlistas. En 1938 el Ayuntamiento acordó dar su nombre al Portal de Francia, también llamado en otro tiempo Puerta del Abrevador. El barandado de su escalera ofrece la particularidad de estar hecho con cañones de antiguos fusiles.

La número 27 lleva un escudo atribuido a los Abárzuza de Moracea. La número 33, que antiguamente era conocida como la casa de los servidores, porque en ella habitaban algunos de los criados del palacio del virrey, luce un escudo de los Errea que no le pertenece y que se lo colocaron hacia 1960.

La antigua Inclusa

El espacioso solar en el que hoy se abre la calle Aldapa estuvo ocupado durante casi un siglo por la antigua Casa de Maternidad e Inclusa de Navarra. La fundó en 1804 el entonces arcediano de la catedral don Joaquín Javier de Uriz y Lasaga, que más tarde sería prior de Roncesvalles y obispo de Pamplona.

Hasta esa fecha, tanto los partos como la acogida de niños expósitos tenían lugar en el Hospital General, lo que hoy es Museo de Navarra. Las constituciones de la nueva institución benéfica fueron aprobadas por Carlos IV en agosto de 1806. El edificio tenía su fachada a la Cuesta del Palacio, pero en 1846 fue ampliado hasta la calle del Carmen, a la que se abrió una nueva fachada.

En 1934 se trasladó, junto con el Hospital de Navarra, a los nuevos pabellones de Barañáin. Al inicio de la Guerra Civil en 1936, se instaló en el abandonado caserón de la calle del Carmen el cuartel de Falange Española. En 1944 sería derribado y en el amplio espacio que ocupaba se trazó una nueva calle, a la que el 16 de noviembre de ese año el Ayuntamiento acordó bautizar con el nombre de Aldapa, nombre vasco que en castellano significa la cuesta, y que hace alusión a la cercana Cuesta del Palacio

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