LA CALLE ABEJERAS
Juan José Martinena Ruiz
Jefe del Archivo Real y General de Navarra
Continuando con el recorrido que sigue la Cabalgata de Reyes por las calles de Pamplona, nos ocuparemos en esta ocasión de la calle Abejeras, en la que se halla situado el colegio de Santa Catalina, que en la actualidad constituye el punto de partida de la segunda etapa del desfile triunfal de Sus Majestades, la que se inicia al anochecer del 5 de enero y recorre las anchurosas y animadas vías urbanas del Segundo Ensanche y del corazón de la ciudad.
El camino de las abejeras
El apeo general de los términos de Pamplona confeccionado por el ayuntamiento en el año 1860, al referirse al de Abejeras dice lo siguiente: “Es el término que se halla principiando de la Cruz Negra y camino de las Abejeras a la izquierda, hasta el barranco y fuente del mismo nombre, y a su derecha hasta el camino vecinal de Esquíroz, terminando en el puente llamado también de Esquíroz”.
El nombre originario del término, según consta en el documentado estudio de la toponimia de Pamplona de Jimeno Jurío y Salaberri, fue el de los Abejares, que aparece como referencia de la localización de una viña en el año 1595. En otra escritura de 1620 figura ya el nombre de Abejeras, que se ha perpetuado hasta nuestros días. Pero hay que decir que el nombre primitivo en vascuence fue Erleteguieta o Erlateguieta, que en esa lengua significa sitio o lugar de muchas abejas. Así lo consignó Elías Martínez de Lecea en un interesante trabajo que publicó en 1966 sobre los antiguos términos de Pamplona.
Un documento de 1716 se refiere al término de las Abejeras, “antes llamado el Soto”. Otra escritura posterior, de 1784, sitúa una
viña de la parroquia de San Nicolás “tras el castillo -la ciudadela- en la parte llamada las Abejeras, afrontada con camino de la Donapea” y otra “en la Cruz Negra o Abejeras, frente de las texerías de la Ciudad”.
Por su parte, el recordado y polifacético Ignacio Baleztena -que fue pionero en el estudio de la toponimia pamplonesa- dice que entre los bienes pertenecientes al conde de Ezpeleta en 1798 figuraba una viña de 6 peonadas en el término de la Cruz Negra o Abejeras, lindante con “el camino que de esta ciudad conduce a dichas abejeras”. Una noticia posterior, del año 1835, hace referencia al “camino de la Cruz Negra a Donapea, que cruza el Sadar por el puentecillo de Esquíroz”. Este antiguo camino, que discurría por en medio del término del que hemos venido hablando, fue el antecedente y el origen de la actual calle Abejeras.
La Cruz Negra
José Joaquín Arazuri, en su obra magistral Pamplona, calles y barrios, aporta una serie de noticias históricas que documentan perfectamente esta antigua cruz, que por fortuna se conserva todavía, aunque algo desplazada del que fue su emplazamiento primitivo. La primera de ellas data del año 1637 y alude a “una cruz grande que han hecho hacer en el puesto que llaman la Cruz Negra”. Naturalmente, si en esa fecha el término era ya conocido con ese nombre, quiere decir que la cruz existía desde mucho tiempo atrás y que lo que se hizo entonces fue reponerla, porque al ser de madera, se pudriría con el paso de los años y las inclemencias del tiempo. Y eso a pesar de que, como parece indicar su nombre, probablemente estaría protegida por una capa de brea con el fin de impermeabilizarla.
En agosto de 1756, según consta puntualmente en los libros de actas del ayuntamiento, entonces llamados de consultas, se colocó “…a la vista de la ciudad y bajada de las tejerías, una cruz de piedra en lugar de la de madera que antes había, habiendo trasladado la de madera al lado del mojón de Cordovilla en el mismo camino real. Y para que en lo venidero no cause perjuicio a nadie esta mutación en punto a la denominación del término de la Cruz Negra, se hace esta expresión previniendo que a dicha cruz de piedra, de orden de la ciudad, se ha dado un baño negro a la piedra, y a la de madera, verde”.
Como se puede deducir de este testimonio, nuestros regidores de mediados del siglo XVIII -y los de épocas anteriores- tenían como norma la austeridad. Aquí se aprovechaba todo. De modo que acordaron colocar una cruz de piedra donde antes había una de madera, pero en vez de destruir la antigua, optaron por trasladarla a otro lugar, pintándola de verde para que no hubiera dos cruces con el mismo nombre y ello pudiera originar confusión en el futuro al referirse a ambos términos.
Y ésa es la cruz de piedra que todavía se conserva. En el archivo municipal se pueden ver distintas fotografías de ella, de diferentes fechas, varias de las cuales han sido publicadas por el Dr. Arazuri. La única reforma que sufrió a lo largo de dos siglos tuvo lugar en 1952 y consistió en rehacerle el pie, que se hallaba bastante deteriorado, dándole forma cilíndrica y consolidándolo
con dos cuerpos de piedra de cantería. En abril de 1974, a raíz de las importantes obras a que dio lugar la construcción de la actual plaza de los Fueros, que supuso una transformación radical de la fisonomía urbana de esta parte de la ciudad, hubo que desmontar la antigua cruz, que se depositó provisionalmente en un almacén municipal, con vistas a su reposición.
Unos meses más tarde, en virtud de un acuerdo del pleno del Ayuntamiento, de fecha 28 de febrero de 1975, fue reconstruida y vuelta a colocar en su actual emplazamiento, a pocos metros del que había venido ocupando hasta entonces.
Un nombre que estuvo a punto de perderse
Como sin duda recordarán muchos pamploneses y luego contaremos, el antiguo camino, que existía cuando menos desde el siglo XVI, experimentó un profundo cambio en su aspecto a partir de 1960. Para dar inicio a esta nueva etapa de su pequeña historia, el ayuntamiento, en sesión plenaria de 1 de febrero de 1962, acordó rotularlo como calle, decisión que vino a reconocer oficialmente un proceso de transformación urbana que entonces estaba comenzando y que había de durar casi veinte años. Pero hay que decir que hasta en esto de la denominación hubo sus incidencias.
Cinco años después, con fecha 12 de septiembre de 1967, a propuesta del entonces alcalde, se cambió el antiguo nombre, que contaba con más de cuatro siglos, por el de calle de Corella, algo que no tenía mucho sentido y que lo único que hizo fue crear confusión. En vista de ello, esta vez mediando informe del archivero municipal, se adoptó un nuevo acuerdo del Pleno, en su sesión del 2 de febrero de 1972, en virtud del cual se recuperó el nombre de calle de Abejeras, dejando pendiente el de Corella con vistas a asignarlo en el futuro a otra vía urbana, como efectivamente se hizo poco después, el 7 de noviembre del mismo año, dándoselo a una de las nuevas calles del populoso barrio de la Chantrea.
En la misma sesión se acordó dar el nombre de Erletoquieta -ahora Erletokieta- a la primera calle que cruza perpendicularmente la de Abejeras y que actualmente une la avenida de Zaragoza con la de Sancho el Fuerte.
Del antiguo camino a la moderna calle
El Dr. Arazuri, en su Pamplona, calles y barrios, incluye una fotografía obtenida el año 1961, que constituye un valioso testimonio gráfico del aspecto y el ambiente que tenía esta calle en vísperas de la radical transformación que, como hemos apuntado, se produjo en ella a partir de 1960.
En dicha imagen se aprecia, en el centro, el antiguo camino jalonado por una hilera de árboles a cada lado. A la derecha, una casita de dos plantas, cuyo tejado recordaba los de las casas de Burguete y que por algunos detalles que tenía en su fachada, que imitaban troncos de madera, era conocida como la casa de palo. Detrás de ella, se puede ver otra de tres alturas, con tejado a dos aguas y una terraza cubierta en el piso superior; a continuación, tras otra casa pequeña que apenas se deja ver en la foto, se aprecia uno de los primeros edificios de varios pisos que entonces empezaban a construirse en la todavía ncipiente calle y que actualmente lleva los números 11 y 13.
A la izquierda de la imagen, se ve en primer término parte de la cerca de una casa de campo, con su verja de hierro; tras ella otra casa que podía haber estado situada en cualquier pueblo, y al fondo, se llegan a distinguir las casas de la Diputación, que se estaban edificando.
Desde luego no había aceras y el único alumbrado público que se observa en la foto se reduce a una farola que cuelga a cierta altura de un cable sujeto a unos postes de madera plantados a ambos lados del camino. Este tipo de farolas -que creo eran de la casa Siemens- se podía ver también, hasta mediados de los años 60, en la mayor parte de las calles del Segundo Ensanche.
Un aspecto similar en cuanto al tipo de urbanización, aunque tal vez un poco más rural, presentaba en aquel tiempo el cercano y paralelo camino de Esquíroz.
Hay que decir que de ese modelo de casas -a medio camino entre el chalet y la casa de campo- se construyeron muchas a las afueras de Pamplona -fuerapuertas se decía entonces- desde los años veinte hasta la década de los cuarenta. Tal vez las más elegantes eran las que estaban situadas entre Burlada y Villava a ambos lados de la carretera, alguna de ellas con detalles modernistas al estilo bélle époque.
Angel María Pascual, en una de sus Glosas a la ciudad, escrita el 4 de junio de 1946, decía de los chalets que el progresivo crecimiento urbano había traído consigo una aceleración en su construcción, pero que si se los comparaba con las casas de campo que existían en las antiguas fincas con solera de algunas conocidas familias pamplonesas, enseguida se podía ver que en ellos la huerta se había convertido en jardín y la casa en casita. “En su alrededor -escribe Pascual- hay un pozo poco más que un pozal de ladrillo, unos arbolitos atados a una estaca, dos bancos y unos caminos de grava, como los de un belén. Todo ello tan pequeño que parece que cabe en una caja de bazar de juguetes…”
El tramo inicial de la calle, el más próximo a la Cruz Negra y a la actual plaza de los Fueros, fue naturalmente el primero en urbanizarse. En 1948 fue la construcción del colegio de Santa Catalina, atendido por las Hijas de la Caridad. Más tarde, hacia 1960, se levantó enfrente del citado colegio la gran manzana de viviendas destinadas a empleados de la Diputación, que llevan los números 2 al 14, en cuyas bajeras se fueron estableciendo los primeros comercios que, al principio tímidamente, empezaron poco a poco a darle vida a esta parte de la ciudad. El proceso continuaría pujante a lo largo de toda la década.
En mi época de estudiante, entre 1966 y 1971, bajaba habitualmente a la universidad por esta calle, y en esos años, en mi reotra, todas aquellas casas de las que antes hablábamos, que dentro de su sencillez tenían también su encanto. Me tocó ver, junto con los derribos, la desaparición de las huertas y jardincillos con que contaban. Incluso llegué a pasar algún rato en una de ellas, la de Felipe Armendáriz, antes de que fuera borrada del mapa por el imparable proceso urbanizador. Y después fui testigo también de la construcción de los nuevos edificios de viviendas -más modestos en una primera fase- que a partir de entonces fueron ocupando los solares resultantes de las demoliciones y conformando la actual fisonomía urbana de la calle.
En los años 70, los nuevos bloques se construyeron de mejor calidad, sobre todo los del lado derecho de la calle, que llevan los números pares.
Transformaciones urbanas
Con la construcción de la actual plaza de los Fueros, entre los años 1973 y 1975, cambió sustancialmente la parte correspondiente al comienzo de la calle, que partía de la Cruz Negra, situada en el punto en el que el antiguo camino de Abejeras se separaba por el lado derecho del camino real de Tafalla, más tarde carretera y hoy avenida de Zaragoza. Desapareció la frondosa arboleda que había antes de llegar a las casas de la Diputación y que por su parte posterior llegaba hasta la antigua vía del Plazaola, que hasta 1959 rodeaba las traseras de la Casa de Misericordia y cuyo trazado motivó que el tramo inicial de la avenida de Sancho el Fuerte presentase una alineación en curva hasta el cruce con la calle de Esquíroz. También contribuyó significativamente a la transformación del paisaje urbano que hasta entonces presentaba este lugar el derribo del chalet que durante años fue la primera casa que había en el lado izquierdo del camino de Abejeras, que tenía un bonito mirador de piedra hacia la avenida de Zaragoza. En su solar y el del jardín que lo rodeaba se levantó un moderno edificio, que hoy lleva los números 1 y 3 de la calle que nos ocupa.
Las últimas modificaciones urbanas que ha experimentado esta calle, enclavada hoy entre los importantes barrios de Iturrama
y de la Milagrosa, se produjeron a partir de los años 80, primero en su cruce con la calle Erletokieta y más adelante en la intersección con la calle Iturrama, puntos en los que se habilitaron pasos transversales para los coches por debajo del nivel de la calle, el primero para comunicar con la avenida de Zaragoza, el barrio de la Milagrosa y la calle Sangüesa; y el segundo, con el nuevo barrio de Azpilagaña. Las nuevas construcciones que se levantaron en este último tramo -entre ellas el colegio del Santísimo Sacramento- responden ya a unos modelos más modernos y se diferencian claramente de las de los sectores interiores.
Otra importante mejora urbana, ésta más reciente, fue la instalación, junto al patio de recreo del colegio de Santa Catalina, del ascensor de uso público que facilita la comunicación cómoda y rápida de esta calle con la avenida de Zaragoza.
A partir de la rotonda situada en la intersección con la avenida de Navarra, ya en terrenos del campus de la Universidad de
Navarra y cerca del puentecillo sobre el Sadar -el Río al Revés para muchos pamploneses de toda la vida- todavía resulta reconocible lo que en otro tiempo fue el tramo final del antiguo camino de Abejeras.


La evolución del grupo ha sido continua y positiva. La coral ha ido creciendo en cuanto a número de miembros. También su calidad ha ido aumentando habiéndose efectuado un importante esfuerzo por mejorar la técnica a base de ensayos y cursos de formación.
El 9 de septiembre de 1924, un voraz incendio, sobre cuyo origen circularon toda clase de suposiciones, destruyó en pocas horas el viejo caserón del paseo de Sarasate, antes llamado de Valencia, que albergaba las primitivas dependencias de la Santa Casa de Misericordia desde su fundación en el año 1706.







Una de las cuestiones que trata más detalladamente el Privilegio de la Unión, otorgado por el rey Carlos III el Noble el 8 de septiembre de 1423, es la construcción de la casa del ayuntamiento. Y es que, como anotó Leoncio Urabayen en su Biografía de Pamplona- este edificio materializaba la fusión urbana de los tres antiguos burgos, ya que vino a ser el pionero de su reciente unificación. El capítulo III de dicho privilegio, que lleva por título “Do se fará la casa de la Jurería et do será la campana de los jurados”, señaló cuál había de ser su emplazamiento: el foso de la torre de la Galea, de la antigua muralla del burgo de San Cernin: “Hayan a haber a perpetuo una casa e una Jurería, do se hayan a congregar por los aferes e negocios de nuestra dicha muy noble ciudat; et hayan a facer lo más antes que pudieren la dicha casa de jurería en el fosado que es enta la torr clamada la Galea, enta la part de la Navarrería, dejando entre la dicha torr et la dicha casa camino suficient para pasar, según está al día de hoy… Et metrán en la torr de la Galea o a otra part do a eillos plazdrá, una campana, al toco de la cual se plegarán los dichos diez jurados”. Y con respecto a la financiación de las obras, que se preveían costosas, en el capítulo VIII -“Quién es en este comienço thesorero de la ciudad… et cómo se deberá fazer la casa de la jurería”- se ordenó que ese año y los dos siguientes se deberían tomar de las rentas de la ciudad “para convertir en el dicho ayno en la fábrica de la casa de la dicha jurería la suma de septecientas libras carlines prietos”.
En cuanto al estado de la vieja casa consistorial, antes de tomar una resolución definitiva al respecto, tras varias y sesudas deliberaciones, los regidores encargaron en 1753 un nuevo reconocimiento a los dos maestros antes citados, los cuales esta vez fueron más tajantes en su dictamen. En él decían que, a la vista del estado de los suelos y de la estructura, opinaban que “cuando menos se piense puede arruinarse y caerse todo el edificio y causar graves daños a las casas vecinas”. En cuanto a las fachadas, la posterior y las dos laterales se encontraban “muy desplomadas para afuera”; solamente la principal se hallaba en las debidas condiciones y sin peligro de ruina, ya que la piedra era “de muy buen lustre y calidad”. Visto lo cual, en la sesión del 14 de mayo de ese mismo año, el Ayuntamiento –entonces se decía el Regimiento acordó derribar el edificio y levantar en su lugar otro de nueva planta.
En abril de 1756 la fachada estaba edificada en tres de sus cuatro cuerpos, a falta del ático, para el que Goyeneta presentó dos proyectos diferentes. A la vista de ellos, los regidores acordaron que los examinasen los maestros de obras Juan Lorenzo Catalán, Pedro Aizpún y Fernando Díaz de Jáuregui y el maestro albañil Martín de Lasorda. Y ocurrió algo imprevisto, que fue que uno de los examinadores, Juan Lorenzo Catalán, se animó a presentar su propio proyecto. Y tuvo la suerte de que, con alguna modificación de detalle, fue aprobado por el Regimiento con fecha 10 de mayo y es el que se ejecutó y hoy podemos contemplar. La alegoría de la Fama que corona su frontón triangular, con los leones tenantes que sujetan los escudos de Pamplona y Navarra y las dos figuras de Hércules que lo flanquean, así como las dos estatuas alegóricas de la Prudencia y la Justicia –las virtudes del buen gobierno- sitas a ambos lados de la puerta principal, se encargaron al escultor José Jiménez. Una vez examinadas por los peritos en noviembre de 1759, se le pagaron por ellas 9.000 reales. La espada que tiene en su mano la Justicia, que la forjó el espadero Francisco González, costó 8 reales más. Y por dorar el clarín que porta la alegoría de la Fama que corona el ático se pagaron otros 80.



Patricia, embarazada, lo hizo desde la carroza que porta la Jaima. El resto de bailarinas, cerca de cuarenta, acompañaron a esta carroza, organizadas en tres grupos.
Explica Patricia Beltrán que “primero tuve que trabajar mucho el tema de la música, ya que tenían que ser varias piezas distintas, que además tuvieran la misma velocidad y que se pudieran ir enlazando unas con otras hasta crear una ‘música continua’, sin pausas. Finalmente encontré 4 o 5 canciones con la velocidad que yo buscaba, y las uní. Eso nos permitió tener un tema musical continuo que a su vez nos permi0a a todas poder llevar los mismos pasos, sin parar de bailar, avanzando a medida que avanzaba la Cabalgata. Eso supone estar dos horas sin dejar de bailar, y es un palizón. Normalmente en los espectáculos que damos no están todas las bailarinas bailando todo el rato, sino que se alternan y se bailan piezas distintas”.
Se compró una huerta propiedad de Antón de Caparroso para reunir allí las carnicerías, “para que estén todas juntas y los puestos donde se vendían los corderos”. De manera que a partir de ese año quedaron en la plaza del Chapitel solamente los puestos de fruta, verduras y hortaliza.



Años más tarde, en 1350, en el llamado Libro del Monedaje, la rúa mayor de la Navarrería aparece ya bifurcada en dos ramificaciones: “la rúa mayor ysent de la poblation”, con 43 fuegos u hogares y “la rúa mayor ysent del portal del borc”, con 23. Parece claro que esas dos ramificaciones se corresponden con las actuales calles de Calceteros y Mercaderes. La primera de ellas conducía al portal de la población de San Nicolás y la segunda hacia el portal del burgo de San Cernin. En 1365, el extremo de la calle que hoy nos ocupa, que daba hacia la parte del burgo, se vio afectado por las obras de fortificación que ordenó ejecutar el rey Carlos II de Evreux, apodado “El Malo” por algunos historiadores. Así lo recoge puntualmente el registro de comptos de ese año, cuando incluye la noticia de que algunas casas pertenecientes a esta rúa “son destruytas pora fazer la taiada”, es decir, que fueron derribadas para trazar o reforzar la muralla de la ciudad en ese tramo. Parece que el derribo afectó a las casas más desprotegidas, situadas fuera de la propia muralla, porque el mismo registro añade la noticia de que por entonces la calle se prolongaba “del portal del burgo en fuera”.
Por eso mismo, por ser un lugar tan frecuentado, se instaló allí la picota o piloric –lo que en Castilla llamaban rollouna columna o pilar de piedra en la que se ejecutaban algunos castigos afrentosos, como era el de la exposición de los ladrones y malhechores a la vergüenza pública. Según un documento conservado en el archivo de la Catedral, parece que ya en 1275, antes de la destrucción de la Navarrería por las huestes de Eustaquio de Beaumarché, ya existía en este lugar el citado pelleric. No sabemos desde cuando, posiblemente a raíz de la reconstrucción de 1524, la antigua picota adquirió la forma de crucero, al añadirle en su remate una cruz.
Tras su derribo, que se llevó a cabo a comienzos de 1914, la calle ganó en amplitud y luminosidad y las casas que hoy llevan los números 6, 8 y 10, que antes pertenecían a Calceteros, pasaron a formar parte de la calle Mercaderes. Poco después, con fecha 22 de marzo de 1916, a propuesta del teniente de alcalde don Fernando Romero, el consistorio acordó dar a la calle recientemente ampliada y embellecida, el nombre de doña Blanca de Navarra.
Si, como parece, el desaparecido hospital de San Miguel estuvo en el solar de la actual sede del INAP y del Departamento de Cultura y Turismo, y conociéndose con seguridad el emplazamiento que ocupó la también desaparecida iglesia de Santa Cecilia, creemos que esta iden7ficación es la correcta. En 1350, según el llamado Libro del monedaje, se contaban en esta rúa trece fuegos, es decir hogares o casas habitadas. En 1427 no aparece en el libro de fuegos; posiblemente habría sido incluida en la vecina en la vecina rúa de los Peregrinos, que era la actual calle del Carmen.
En la plazuela triangular que forma esta calle delante de la fachada del palacio de Rozalejo y que antiguamente se llamó de Zugarrondo por el olmo que existió en ella, se halla situada la fuente de Santa Cecilia.
En el compto del rector de Baigorri, comisionado para la reedificación del barrio, que se hallaba destruido desde la guerra de los burgos en 1276, consta que en esta rúa –a la que el documento denomina «uico pelegrinorum »- se fijó el censo anual que se debía pagar al rey en seis dineros por cada codo de fachada a la vía pública. Se indica en la cuenta –en latín- que «en aquellos solares que están hacia el portal no vinieron pobladores a edificar en ellos».
